De mi estimado y fino amigo: Mario Olcese Sanguineti, Apologista.
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Estimado amigo, Don Juan Tenorio:
Entraste en la “crisis de los 40 años” y te sentiste tentado a probar tu virilidad y atractivo masculinos con mujeres mucho más jóvenes que tú. A la esposa de tu juventud, algo maltratadita por los años tal vez, la repudiaste, porque según tú, ya no te atraía como antes y querías experimentar nuevas y frescas emociones con el sexo opuesto. Te viste involucrado, quién sabe, con tu guapa secretaria, o con una amiguita sexy de tu hijo que era “veinteañera”, y te mudaste con ella en un departamento que tenías escondido por allí, y creías ser feliz y muy macho, mientras que a tu esposa e hijos los dejaste destrozados por tu decisión egoísta y desamorada. Han pasado veinte años, y durante todo ese tiempo dejaste de visitar a tus hijos, y si los veías, lo hacías cuando te daba la gana, y no les proveías de lo que ellos necesitaban de ti, especialmente seguridad, ejemplo, y consejo oportunos. Ahora, con casi 60 años encima, canoso, rechoncho, achacoso, y sin dinero, intentas recuperar a tu familia porque estás solo, abandonado y lleno de remordimientos que te atormentan; pero tus hijos ya no están en casa, se han casado, han formado sus propios hogares, y tu mujer se volvió a casar con un caballero que le brinda seguridad, amor incondicional y respeto. Ellos simplemente ya han superado su dolor pasado y poco o nada quieren saber de ti, pues tal vez te dejaron de amar, o porque sencillamente ya no te respetan ni admiran, ni te ven como un verdadero padre. Simplemente les eres indiferente y ya no te necesitan. Tú estás loco por conocer a tus nietos, pero tus hijos no quieren presentártelos, y no desean tu presencia en sus hogares. Sufres, te atormentas, y no duermes en las noches pensando en todo lo que perdiste, especialmente tu bien nombre y reputación. Ahora deseas remediar tu error, pero lo percibes tarde, pues no tienes forma de demostrarles que eres un hombre nuevo, un padre arrepentido. Ellos creerán que tú únicamente los buscas porque no tienes a dónde ir, y estás solo en el mundo. Piensan que si tú estuvieras boyante, seguramente seguirías en tus andanzas, y no te acordarías de ellos como ahora pretendes. Te encuentras entre la espada y la pared y lloras amargamente tu estúpida y egoísta decisión. No te queda otra casa que deambular por allí, y buscar a algún otro desventurado como tú que pueda escuchar tus cuitas, y compartir contigo un almuerzo por algún cuchitril de un barrunto apestoso. Entonces pasarán los años, y serás un anciano maloliente, descuidado, arruinado, que resignadamente esperarás la muerte en un viejo lecho de un asilo de caridad sin que nadie venga a verte. Finalmente, terminarás sepultado en una fosa común porque no hay quien pague tu nicho, y menos, una incineración. No habrá lápida que rememore tu existencia y quedarás finalmente en el olvido. Esta historia, aunque patética, no es una fantasía. Ocurre a diario. Así que, estimado amigo, ¿para qué esperar a llegar a ese extremo? Arrepiéntete de tu error a tiempo, y no esperes estar en una desgracia completa sin nadie a tu lado. Sé sabio, y regresa al redil, antes de que sea demasiado tarde.
Amigo que aún no has caído en este error de muchos hombres, no intentes cambiar “mocos por babas”, por decirlo de manera grotesca. Sigue con la esposa de tu juventud, y no te dejes engañar por los deseos de los ojos y de la carne. ¿Me harás caso?…o mejor dicho, ¿harás caso a la advertencia que viene del Padre celestial? Espero que sí.
Vuestro amigo,
Apologista