Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer» (Ap.6:2).
La identidad del jinete o del personaje del caballo blanco (hippos leukos, gr.) de Ap. 6:2, ha sido tema de constante controversia. Unos expositores bíblicos enseñan que se trata de un emperador romano, pero una correcta y cabal hermenéutica no muestra nada al respecto; otros argumentan que es un simbolismo del mensaje del Evangelio de la Gracia, o la misma Palabra de Dios. Hay un grupo que identifica a dicho jinete con Cristo, y otro grupo con un falso cristo.
No hay ninguna razón que sostenga que este jinete sea el Cristo glorificado. La única diferencia que existe entre el jinete de Ap. 6:2 con el Ap. 19, es que cada jinete cabalga un «caballo blanco». En Ap. 6:1, Cristo rompe «los sellos», uno a uno, poniendo de manifiesto cuatro jinetes que vendrán a exponerse en el ámbito histórico del mundo por orden emitida por los «los cuatro seres vivientes» (Ven: érchou, gr. ¡manifiéstate!, ¡sal fuera!) que «están alrededor del trono celestial» (Ap. 5:11), con un propósito de juicio terrenal establecido por Dios. No se puede admitir que Aquel que rompe el primer «sello», que es el Cordero de Dios, fuese al mismo tiempo el jinete del caballo blanco de texto a tratar. Es improbable que Cristo, como el Soberano de los reyes de la tierra (Ap. 1:5), el cual posee «muchas diademas» que lo acreditan como «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap. 19:12, 16) reciba «orden de salida» de parte de «los cuatro seres vivientes», por más alto rango o elevada jerarquía que tengan en el orden angélico celestial.
El enigmático jinete de Ap. 6:2 «recibe una corona» (stéphanos, gr.) que «le fue dada» (edóthei, gr.) «para vencer» (kai hina nikësëi, gr.); «para la guerra»; «para conquistar»; «para gobernar la tierra con autoridad» (con esto algunos ya tendrán en mente la identidad del jinete de Ap. 6:2). Opuestamente, el jinete del capítulo 19 de Ap. que es Cristo, no posee una «corona» sino «muchas diademas», de dignidad y realeza, de majestad y nobleza. Esta imagen nos muestra que él viene al mundo como el Rey de la teocracia milenaria (prolepsis). La desemejanza entre el jinete de Ap. 6:2 y del capítulo 19, es ampliamente marcada. Es bueno comentar, que en Zac. 6:1-8 encontramos caballos alazanes, negros, blancos, tordos semejantes a los cuatro vientos del cielo, siervos de la voluntad de Dios. Parece ser que el «blanco» es un color implicado con el triunfo, con la victoria, como el caballo blanco de los reyes de Persia, como el caballo blanco del conquistador romano en su procesión triunfante.
En el aspecto cronológico, hay un gran contraste entre la salida del jinete de Ap. 6:2 con la del jinete de Ap. cap. 19. La apertura de «los sellos» por Cristo, el Cordero de Dios, está involucrada con los terribles acontecimientos de juicio que darán principio a la Septuagésima Semana de Daniel (Dn.9:27), según lo que vemos en Mt. 24:5-8, y que Cristo menciona como «principio de dolores» (Mt.24:8). La Biblia muestra que en el tiempo del «principio de dolores» aparecerán, como primera «señal», falso cristos que «engañaran a muchos» (Mt. 24:5); enseña además que «se oirán rumores de guerra» (Mt.24:6); que «se levantará nación contra nación, y reino contra reino»; y que «habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares del la tierra» (Mt. 24:7). Cada uno los jinetes del capítulo 6 de Ap. están relacionados cronológicamente entre sí. Si estudiamos las características de cada uno de estos «jinetes» veremos su asombrosa similitud con los fatídicos sucesos que se exponen en el «principio de dolores». Si el «principio de dolores» es la antesala de la gran tribulación final, entonces es imposible que el jinete de 6:2 sea Cristo, ya que «la señal de su venida» (Mt.24:30a), de «su manifestación visible y gloriosa» (Mt.24:30b), será «después de la tribulación de aquellos días» (Mt.24:29), y no al empezar ésta.
Ap. 6:2 dice que el jinete del caballo blanco «tenía un arco» (échon tóxon, gr.). Si observamos, en la imagen de la visión presentada por Juan, no se aprecian “flechas” que son indispensables para que el arco tenga su efecto totalmente mortífero. Esto apunta a que la “guerra” de este misterioso personaje sea una incruenta, es decir, una diplomática, aduladora y demagógica. Este personaje tendrá la sagacidad y astucia (Ez. 28:6) de conseguir el favor de los pueblos y naciones con “tamañas” artimañas. Por medio de elocuente y persuasiva política prometerá traer paz a un mundo desesperado y desquiciados por los increíbles desmanes y la corrupción indescriptible de «aquellos días» (Dn. 7:8, 20; 8:23).
El jinete de Ap. 6:2 aparece con un disfraz formidable haciendo creer al mundo que se trata del “mesías salvador” esperado. Incluso, Israel caerá en su engaño para terminar haciendo un pacto de muerte con él (Is. 28: 14-15; Dn. 9:27). Creemos que esta descripción hecha del jinete del caballo blanco de Ap. 6:2, es la más sensata y congruente. Por las evidencias exhibidas, queda descartado que este jinete sea el Hijo de Dios. Rechazamos contundentemente la idea de que el jinete blanco de Ap. 6:2 sea el Evangelio de la Gracia. Sería muy absurdo admitir que el Evangelio de la salvación en el comienzo de la gran tribulación escatológica sea una “bendita novedad”, si sabemos que durante casi dos mil años y en persistencia el Evangelio salvífico continúa predicándose. Por lo tanto, la predicación del Evangelio del Reino, no estrena el cumplimiento de la escatológica «Semana Setenta».
El jinete del caballo blanco de Ap. 6:2, junto con los otro «tres» anunciados en los textos subsecuentes, determinan un fenómeno conjunto, un multifacético poder sinérgico (engaño, guerra, hambre, mortandad) y que aparecerá en el período de la gran tribulación final (véase Mt. 24:5-8, 4). A la postre, esto convergerá en el desvele de la verdadera naturaleza inicua del jinete del caballo blanco hallado en Ap. 6:2. y a quien el diablo concederá su «trono, poder y autoridad» (Ap. 13:2). Entonces el mundo conocerá en realidad «el falso mesías», «el Anticristo escatológico», «el hombre sanguinario y engañador» (Sal. 5:6), «el malo» (Sal. 10:2-4), «el enemigo» (Sal. 55:3), «el hombre de la tierra» (Sal. 10:18), «la cabeza de muchas tierras» (Sal. 110:6), «el clavo» (Is. 22:25), «el pastor inútil» (Zac.11:16-17), «el rey altivo de rostro» (Dn. 8:23), «el cuerno pequeño» (Dn. 7:8), «el hombre violento» (Sal. 140:1), «el devastador» (Is. 16:4-5; Jer. 6:26), «el desolador» (Dn.9:27), «el asirio» (Is. 10: 5-12), «el renuevo de los robustos» (Is.25:5), «el hombre despreciable» (Dn. 11:21), «el angustiador» (Sal. 74:8-10), «el rey voluntarioso» (Dn. 11:36), «la abominación desoladora» (Mt.24:15), «el hijo de perdición», «el hombre de pecado», como el apóstol Pablo lo nombre (2 Ts. 2:3), llamándole también «el inicuo» (2 Ts. 2:8), y Juan, «la primera bestia» (Ap. 11:7;13:1).
El jinete del caballo blanco de Ap. 6:2, el Anticristo final, aparecerá en la escena en el preludio de la gran tribulación, que es «el principio de dolores». Su aparición está siendo bloqueada ahora por «lo que lo detiene» (2 Ts. 2:6-7). La Septuagésima Semana de Daniel se divide en dos períodos de tres años y medio cada uno. En los tres primeros años y medio el Anticristo final obtendrá un triunfo arrasador en su carrera diplomáticamente proselitista, cuando promocione con diestras mentiras promesas de paz, de orden social, y de prosperidad general para un mejor vivir en un mundo corroído por la maldad. Después, en el segundo período de la gran tribulación final, el jinete del caballo blanco de Ap. 6:2 se establecerá como el líder de un imperio mundial confederado por diez naciones o reinos (Ap. 17:12). Ya en el poder mundial, cambiará con tiranía las leyes e impondrá las suyas (Dn. 7:25), y el pacto hecho con la nación de Israel en la primera fase de la gran tribulación final lo quebrantará sin ningún respeto y coraje (Dn. 9:27); después de este hecho perseguirá al Pueblo de Israel con la finalidad de exterminarlo para siempre (Ap. cap. 12); se proclamará el mismo como Dios (Dn. 11:36-37; 2 Ts. 2:4; Ap. 13:5); y el morador de la tierra que no le adore, lo hará matar en seguida (Ap. 13:15). El jinete del caballo blanco de Ap. 62 representa como simbolismo el poder de la victoria, el espíritu de la lucha militar, la conquista universal.
Pero, al fin, su gobierno de tinieblas será truncado con la venida del Señor, en su Parusía (Dn. 7:22; 2 Ts. 2:8), y el mundo que una vez gobernó este siniestro personaje, pasará a manos del Mesías que implantará su Reinado teocrático en una tierra restituida para regirla junto con los santos en perdurable y santa paz (Dn. 7:27).
Amén.
Biblia Reina Valera (V. 1960).
Biblia Reina Valera de Estudio (V. 1909, cotejada) Siglo XXI.
Eventos Del Porvenir.
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Comentario Al texto Griego Del Nuevo Testamento.
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