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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

sábado, 14 de noviembre de 2009

LA VERDAD DEL DOGMA AMILENARIO




Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Y tu pueblo, todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra; renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme» (Is. 60:21).

Agustín de Hipona fue el esmerado teólogo occidental (respetado por el Catolicismo Romano y por muchos Reformadores) que pulió en definitiva el dogma amilenario, tomando como referencia el incongruente método de interpretación espiritual que germinó de las herejías de la filosofía griega para ser preciso, de la escuela de Alejandría, siendo Orígenes una de las columnas más importantes y poderosas de esta institución teológica para la estructuración del futuro amilenrismo. La escuela teológica de Alejandría no sólo discrepó con el dogma del futuro Reino milenial y terreno presentado en la Biblia, sino que tergiversó toda su literalidad para dar paso a ideas religiosas retorcidas como la inmortalidad del alma y la falsa creencia de la deidad de Cristo. Orígenes, padre apostólico que nació en Alejandría (185-254 d.C), digno discípulo de Clemente de Alejandría, preceptor de la Escuela Catequística, es visto como el más sobresaliente pensador de esa antigua escuela. No es nada nuevo saber que el sistema de interpretación alegórico se originó en la sustracción del pensamiento de los filósofos griegos. Es importante tener en cuenta que Alejandría era helenista por lo que su influencia fue devastadora para el cristianismo de ayer, y como lo continua siendo para el cristianismo de ahora.

Fue primero el judío Filón el que introdujo el método de interpretación alegórico sustentado por la filosofía griega; después, Clemente de Alejandría y Orígenes lo utilizaron establecer sus propias y fallidas conclusiones. Tanto como Clemente y Orígenes, sin duda, aceptaron la inspiración divina de la Biblia. El problema fue que estos dos hombres creyeron que con la interpretación alegórica se podía comprender el significado correcto de los textos bíblicos. El resultado postrero de la conciliación de la fe cristiana de las Escrituras con la filosofía griega pagana fue un súper heretismo amalgamado, de calibre muy grande. El método alegórico de interpretación se extendió rápidamente por todo el mundo cristiano hasta la Reforma del siglo XVI, desalojando la doctrina verdadera del Reinado terrenal milenario.

Agustín de Hipona (354-430 d. C), influenciado por la hermenéutica alegórica del donatista Tyconio, creyó que enseñar un Reino literal donde habría comida y bebida en gran abundancia, era una enseñanza carnal que tendría que se refutada sin oportunidad de consentimiento ni tolerancia.


La postura amilenial de Agustín se convirtió en un dogma preponderante en la Iglesia Romanista Católica, y un enorme número de reformadores la adoptó con sus “variantes ya enmendadas”. Con el amilenarismo, el premilenarismo fue desplazado, y en la actualidad, este primero sigue vigente, erguido en su falso e indurado cimiento con fuerza tremenda. El milenarismo fue eclipsándose y olvidándose conforme la Iglesia Romana crecía a pasos agigantados. En su doctrina “sin milenio literal” Agustín identifica a la Iglesia como si fuese el Reino. Agustín dijo inflexible que el milenio debía interpretarse espiritualmente. Afirmó que el diablo, Satanás, fue encadenado en el transcurso del ministerio terreno de Jesucristo, justificando esta conjetura de Lc. 10:18. Pensó que la primera resurrección se daba con nuevo nacimiento del creyente, según Jn. 5:25. Para Agustín, en su libro «De Civitate Dei», el milenio es el tiempo que abarca entre la primera y segunda venida de Cristo, o sea, el período de la Iglesia de Cristo. Agustín vio en Ap. 20:1-6 una recapitulación de los anteriores capítulos. Agustín jamás logró apreciar una secuencia natural cronológica de los sucesos dados en el capítulo 20 de Apocalipsis y que están hilados y precedidos con los del capítulo 19 de dicho libro. Agustín interpretó literalmente los mil años del Ap. 20, pero lo realizó en una desubicada cronología, ya que reconoció el milenio con lo que entonces quedaba del sexto milenio de la historia humana, considerando que esta etapa posiblemente tendría fin en el año 650 d. C. Agustín creyó que este período acabaría con una violenta manifestación de la maldad, con la rebelión de Gog, para culminar con la venida de Cristo como juez. Por lo tanto, en esta expectativa, Agustín resiste con dureza la era del milenio terrenal después de la segunda venida de Cristo, pensando que el milenio acontecería en el tiempo entre la primera y segunda venida del Señor. Agustín de Hipona afirmó que la Iglesia es el Reino y que las promesas hechas a Israel por Dios eran inexistentes. Los oscuros y trágicos acontecimientos manifestados durante el transcurso de la historia de la humanidad nos muestran que el diablo no ha sido atado en el Abismo como Agustín de Hipona lo propuso. Como teólogo, Agustín jamás tuvo la sensatez de entender el sentido proléptico de Lc. 10:18. En estos tiempos en el que imperan en todo lugar el desorden y la maldad, es muy difícil admitir un Reinado milenario del cual se promete para los hijos de Dios hartas y preciosas bendiciones universales, de acuerdo a lo dicho por los fieles profetas de Dios en el Antiguo Testamento, promesa que se reitera en el Nuevo Testamento por Cristo y sus discípulos. Es imposible en estos tiempos de rebelión indescriptible disfrutar de las bendiciones mencionadas felizmente en un mundo atiborrado de marcado egoísmo y de colosal iniquidad. En un mundo que tiene como estandarte y corona el robo, la usura, el abuso y el escarnio, y como blasón, la muerte. ¡Cuán equivocado estaba Agustín de Hipona al respecto! Su místico idealismo, ampara su horrendo y descentrado error.

Durante los dos primeros siglos de la Iglesia de Cristo, la doctrina que prevaleció fue la que hablaba de un Reino terrenal escatológico y literal. Los padres apostólicos enseñaron que Cristo descendería al mundo en gloria y en majestad, de la misma manera que el Señor lo profetizó primero, con el propósito de implantar su gobierno teocrático de mil años, después de juzgar a las naciones del mundo. Cristo reinará la tierra personalmente para ejercer la autoridad delegada por su Padre y Dios. El Mesías Hombre habrá de sentarse en el trono de David en Jerusalén para reinar con sus súbditos y hermanos con vara de hierro, con justicia y equidad por largura de días, en absoluta paz y dicha perpetua.

El premilenarismo niega que el diablo se encuentre atado en la era presente de la Iglesia de Cristo. Los siguientes versos bíblicos dan testimonio de esta verdad (Hech. 5:3; 1 Co. 7:5; 2 Co. 4:3, 4; 12:7; 1 Ts. 2:18; 1 P. 5:8).

El libro de Apocalipsis en el capítulo 20 muestra que el Satanás será atado cuando principie el Reinado milenario de Cristo, y muestra además que será desatado cuando este Reinado de mil años culmine.

El fundamento del Reino milenario y terrenal es hallado en el Antiguo Testamento, en el pacto que Dios hizo con Abraham, en el pacto hecho con David, y en el nuevo pacto. Dios promete en estos pactos, consecutivamente, una tierra, una simiente, y la bendición para su Pueblo, para los que han creído en el por medio de la fe en Jesucristo, sea gentil o judío, porque no hay acepción de personas. Apocalipsis 20 nos dice que el Reinado de Cristo tendrá una duración de mil años. Cuando Cristo entregue el Poder y el Reino a su Padre, entonces el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra aparecerán, en el Reino Eterno (Ap. cap. 21).

La doctrina prelimenarista fue sostenida por la Iglesia Primitiva durante doscientos cincuenta años. Por desgracia, las bendiciones materiales predicadas con énfasis por los que creyeron en ella, como recompensa dentro del Reinado milenario de Cristo, avivaron posteriormente una conceptualización individual, patéticamente acética y corrupta en aquellos que no la aprobaron; por esta razón, el método espiritual de Agustín vino como tirano impostor para pisotear y desalojar el Reino literal de Cristo en la tierra, tal como lo enseña la Biblia. Antes del concilio de Nicea, la creencia de un milenio literal dominó en su veracidad. No fue jamás una creencia extra bíblica impuesta a conveniencia. Su realidad es tan evidente en la Biblia. Fue reconocida históricamente por los más reconocidos y apreciados maestros cristianos del pasado, mucho antes que la escuela alegórica de Alejandría hiciera ilegal intromisión para robarle su certeza y credibilidad.

Entre los concertadores del premilenarismo del primer siglo cabe mencionar a Andrés, a Pedro, a Felipe, a Tomás, a Santiago, a Juan, a Mateo, a Aristión, a Juan el Presbítero. Todos ellos fueron nombrados por Papías. De acuerdo a las palabras de Ireneo de Lyon, Papías fue uno de los oyentes directos del apóstol Juan y mantuvo una amistad estrecha con Policarpo, devoto creyente que es nombrado en el Nuevo Testamento. Con este importante antecedente, la fiabilidad de la doctrina premilinarista es contundente. Otros que podemos mencionar son: Clemente de Roma, Bernabé, Hermas, Ignacio de Antioquía, y Policarpo de Esmirna. Los discípulos del Señor concordaron con los judíos con respecto al Reinado de Cristo en la tierra, en la primera parte del siglo primero de la era presente. Para el segundo siglo, hombres como Potino, Melito, Hegesipo, Taciano, Ireneo, Hipólito, Justino Mártir, no tuvieron ningún problema en abrigarla.

No existió en estos dos siglos de creencia milenarista nadie que la rechazara. Esto nos lleva a pensar inequívocamente que la fe común de la Iglesia en un inicio fue milenarista.

A continuación dejo estos testimonios antiguos a favor de la postura milenarista, mucho antes que el método alegórico de la escuela teológica de Alejandría fuera tan siquiera una simple perspectiva:

Justino Mártir, en su «Diálogo con Trifón»:

«Pero yo y quienquiera que, desde todo punto, sea un cristiano honrado sabemos que habrá resurrección de los muertos y mil años en Jerusalén, la cual será edificada, adornada, y ampliada, como lo declararon los profetas Ezequiel, Isaías y otros…».

Clemente de Roma:

«En verdad, pronto y repentinamente se llevará a cabo su voluntad como también testifican las Escrituras, diciendo: “y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis y el ángel del pacto a quien deseáis vosotros”».

Dios les bendiga siempre.