(Castigo, diáspora y restauración de Israel)
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Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
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Israel, el Pueblo escogido de Dios, tomado por el designio del Altísimo para el cumplimiento de la promesa del Reinado Milenario Terrenal por medio de su Hijo Jesucristo, surgido de este bendito Pueblo, y que gobernará en Jerusalén, en el trono de David, de acuerdo al plan ideado por Dios antes de la fundación del mundo, y cuyo plan también acapara a los hombres gentiles (goyms) que componen cada una de las naciones del ancho mundo: para los que han creído en el Mesías Hijo (Jn.3:16), que le han recibido para ser hechos hijos del Soberano Dios y Padre (Juan 1:11).
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La Biblia narra que Israel fue en todo tiempo una nación rebelde. A pesar de ser el Pueblo de Dios escogido, y que vio las maravillas del Santo Rey que los libró de la esclavitud, fueron capaces de hacer un becerro de fundición para adorarlo (Ex. cap. 32). Israel se mostró delante de Dios como un constante practicante de idolátricas abominaciones a través de su historia nacional. Esto le valió el cautiverio por setenta años en Babilonia, y no sólo por la idolatría profesada, sino también a causa de sus diversas maldades y por el quebrantamiento del año sabático. Antes de que el exilo se llevará a cabo, Nabucodonosor, abrupto e impulsivo soberano, dio muerte a los nobles príncipes de Israel, en Ribla, al ser sitiados, perseguidos y capturados por los hombres del iracundo e inestable rey babilónico (Libro de Jeremías).
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Cumplidos los setenta años del cautiverio, se levanta un decreto promulgado por el rey Ciro, instrumento del cielo, para que el Pueblo siempre amado de Dios regresara a la tierra donde fluye «leche y miel» con el fin de edificar la casa de Jehová, restaurando posteriormente así el culto a Yahwé, y también para la reconstrucción de los muros de la ciudad de Jerusalén que habían sido destruidos por el pagano rey Nabucodonosor:«Así dice Ciro, rey de los persas: Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra; y el me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de todo su pueblo, sea Jehová su Dios con él, y suba» (2 Cr. 36:23).
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El Salmo número dos habla del Hijo Ungido de Dios que vendría como quebrantador de las naciones de la tierrra para establecerse como gobernante teocrático sobre ellas. El pueblo judío esperaba al principio un Mesías fuerte y poderoso que los libertara del yugo y de la opresión, cabe decir, del romano. No entendió jamás que primero el Cristo tendría que presentarse como «siervo sufriente» (Is.53) para la expiación de los pecados de muchos, para hacerlos dignos y aptos para el futuro Reino Teocrático de Dios en el mundo. El paso expiatorio fue inadvertido por los fariseos, y con la ayuda de Roma, se pudo crucificar al Bendito Mesías, según el «determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios» (Hechos 2:22, 23).
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« ¡Jerusalén; Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como las gallinas juntan sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta» (Mt.23:37).
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«Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» (Mt.27:25).
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Así, el rechazo del Mesías por la nación judía, da como resultado un cumplimiento funesto doble: Uno inmediato e histórico; y el segundo, uno tardío y de carácter escatológico. El primero, cumplido en el año setenta d.C., con la persecución judía por mandato de Tito, hijo de Vespasiano, que gobernaba Roma en ese tiempo y que costó la vida a casi a un millón de judíos. Pienso que muchos que aún estando jóvenes en el tiempo de la advertencia del Señor Jesús, se acordaban en ese momento oscuro para sus vidas de las palabras proféticas que se cumplían con crueldad y sufrimiento. . . con asolo y muerte. Muchos cristianos se salvaron al huir de Jerusalén, por haber creído las palabras del Señor, evocadas de su boca casi cuarenta años atrás (Mr. 13:14-18). La diáspora empieza, y los judíos son esparcidos por todo el mundo antiguo de aquella época, a causa de su desobediencia, a causa de la persecución romana (1 P.1:1).
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El segundo cumplimento: Casi dos mil años después de los sucesos antes mencionados, muchos judíos expatriados en distintas naciones del mundo, regresan a la tierra prometida en Palestina, dejando su «errado caminar». Así, el 14 de mayo de 1948, Israel es declarado estado soberano, para cumplirse la profecía de Ezequiel que dice:
«Y os traer de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, os traeré a vuestro país» (Ez. 36:24).
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Miles vieron con asombro el cumplimiento del fin de la diáspora judía; pero los que conocemos la Escritura Santa, sabemos que Dios, a su tiempo debido, habrá de cumplir todo lo que ha proclamado por medio de su fieles profetas, lo que hay en su Palabra eterna y verdadera.
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El Israel religioso, sigue esperando a su prometido «mesías». Cristo vino, se fue, y viene nuevamente al mundo. Israel se encuentra ciego ante estos hechos. Algunos judíos han reconocido a Jesús como el Ungido de Dios y Mesías, pero está determinado que una gran multitud de ellos nunca lo aceptarán y las consecuencias por tal actitud los llevará a su propia destrucción, cuando aparezca el Anticristo Final, que será reconocido como el «mesías» esperado por ellos. En el Antiguo Testamento, en el libro de Daniel, dice que en medio de la Semana Setenta, en la última Hebdómada, este perverso hombre romperá el pacto de paz hecho con Israel (Dn.9:27) para lanzarse contra los judíos con el propósito de exterminarlos de la faz de la Tierra. Esto se confirma en el capítulo doce de el libro de Apocalipsis. En los siguientes textos del veterotestamento, logramos apreciar el pacto consentido entre el Anticristo Final y el Pueblo israelita (Cumplimiento Escatológico):
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«Por tanto, varones burladores que gobernáis a este pueblo que está en Jerusalén, oíd la palabra de Jehová. Por cuanto habéis dicho: Pacto tenemos hecho con la muerte, hicimos convenio con el Seol; cuando pase el turbión de azote, no llegará a nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos». . . (Is.28:14, 15).
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El día de la «visitación» fue hecha a un lado hace casi veinte centurias, e Israel deberá pagar con persecución dolorosa y muerte por su arrogancia e incredulidad, antes de que sea liberado por el Guerreo del Cielo, Jesucristo, cuando descienda para juzgar los hombres y para reinar sobre la Tierra, sin antes de haber hecho «jiras y picadillo » a sus enemigos, conforme lo descrito en Ap.19.
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«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados» (Ro.11:25, 26).
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Dios les bendiga siempre.
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Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
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Israel, el Pueblo escogido de Dios, tomado por el designio del Altísimo para el cumplimiento de la promesa del Reinado Milenario Terrenal por medio de su Hijo Jesucristo, surgido de este bendito Pueblo, y que gobernará en Jerusalén, en el trono de David, de acuerdo al plan ideado por Dios antes de la fundación del mundo, y cuyo plan también acapara a los hombres gentiles (goyms) que componen cada una de las naciones del ancho mundo: para los que han creído en el Mesías Hijo (Jn.3:16), que le han recibido para ser hechos hijos del Soberano Dios y Padre (Juan 1:11).
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La Biblia narra que Israel fue en todo tiempo una nación rebelde. A pesar de ser el Pueblo de Dios escogido, y que vio las maravillas del Santo Rey que los libró de la esclavitud, fueron capaces de hacer un becerro de fundición para adorarlo (Ex. cap. 32). Israel se mostró delante de Dios como un constante practicante de idolátricas abominaciones a través de su historia nacional. Esto le valió el cautiverio por setenta años en Babilonia, y no sólo por la idolatría profesada, sino también a causa de sus diversas maldades y por el quebrantamiento del año sabático. Antes de que el exilo se llevará a cabo, Nabucodonosor, abrupto e impulsivo soberano, dio muerte a los nobles príncipes de Israel, en Ribla, al ser sitiados, perseguidos y capturados por los hombres del iracundo e inestable rey babilónico (Libro de Jeremías).
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Cumplidos los setenta años del cautiverio, se levanta un decreto promulgado por el rey Ciro, instrumento del cielo, para que el Pueblo siempre amado de Dios regresara a la tierra donde fluye «leche y miel» con el fin de edificar la casa de Jehová, restaurando posteriormente así el culto a Yahwé, y también para la reconstrucción de los muros de la ciudad de Jerusalén que habían sido destruidos por el pagano rey Nabucodonosor:«Así dice Ciro, rey de los persas: Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra; y el me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de todo su pueblo, sea Jehová su Dios con él, y suba» (2 Cr. 36:23).
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El Salmo número dos habla del Hijo Ungido de Dios que vendría como quebrantador de las naciones de la tierrra para establecerse como gobernante teocrático sobre ellas. El pueblo judío esperaba al principio un Mesías fuerte y poderoso que los libertara del yugo y de la opresión, cabe decir, del romano. No entendió jamás que primero el Cristo tendría que presentarse como «siervo sufriente» (Is.53) para la expiación de los pecados de muchos, para hacerlos dignos y aptos para el futuro Reino Teocrático de Dios en el mundo. El paso expiatorio fue inadvertido por los fariseos, y con la ayuda de Roma, se pudo crucificar al Bendito Mesías, según el «determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios» (Hechos 2:22, 23).
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« ¡Jerusalén; Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como las gallinas juntan sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta» (Mt.23:37).
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«Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» (Mt.27:25).
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Así, el rechazo del Mesías por la nación judía, da como resultado un cumplimiento funesto doble: Uno inmediato e histórico; y el segundo, uno tardío y de carácter escatológico. El primero, cumplido en el año setenta d.C., con la persecución judía por mandato de Tito, hijo de Vespasiano, que gobernaba Roma en ese tiempo y que costó la vida a casi a un millón de judíos. Pienso que muchos que aún estando jóvenes en el tiempo de la advertencia del Señor Jesús, se acordaban en ese momento oscuro para sus vidas de las palabras proféticas que se cumplían con crueldad y sufrimiento. . . con asolo y muerte. Muchos cristianos se salvaron al huir de Jerusalén, por haber creído las palabras del Señor, evocadas de su boca casi cuarenta años atrás (Mr. 13:14-18). La diáspora empieza, y los judíos son esparcidos por todo el mundo antiguo de aquella época, a causa de su desobediencia, a causa de la persecución romana (1 P.1:1).
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El segundo cumplimento: Casi dos mil años después de los sucesos antes mencionados, muchos judíos expatriados en distintas naciones del mundo, regresan a la tierra prometida en Palestina, dejando su «errado caminar». Así, el 14 de mayo de 1948, Israel es declarado estado soberano, para cumplirse la profecía de Ezequiel que dice:
«Y os traer de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, os traeré a vuestro país» (Ez. 36:24).
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Miles vieron con asombro el cumplimiento del fin de la diáspora judía; pero los que conocemos la Escritura Santa, sabemos que Dios, a su tiempo debido, habrá de cumplir todo lo que ha proclamado por medio de su fieles profetas, lo que hay en su Palabra eterna y verdadera.
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El Israel religioso, sigue esperando a su prometido «mesías». Cristo vino, se fue, y viene nuevamente al mundo. Israel se encuentra ciego ante estos hechos. Algunos judíos han reconocido a Jesús como el Ungido de Dios y Mesías, pero está determinado que una gran multitud de ellos nunca lo aceptarán y las consecuencias por tal actitud los llevará a su propia destrucción, cuando aparezca el Anticristo Final, que será reconocido como el «mesías» esperado por ellos. En el Antiguo Testamento, en el libro de Daniel, dice que en medio de la Semana Setenta, en la última Hebdómada, este perverso hombre romperá el pacto de paz hecho con Israel (Dn.9:27) para lanzarse contra los judíos con el propósito de exterminarlos de la faz de la Tierra. Esto se confirma en el capítulo doce de el libro de Apocalipsis. En los siguientes textos del veterotestamento, logramos apreciar el pacto consentido entre el Anticristo Final y el Pueblo israelita (Cumplimiento Escatológico):
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«Por tanto, varones burladores que gobernáis a este pueblo que está en Jerusalén, oíd la palabra de Jehová. Por cuanto habéis dicho: Pacto tenemos hecho con la muerte, hicimos convenio con el Seol; cuando pase el turbión de azote, no llegará a nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos». . . (Is.28:14, 15).
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El día de la «visitación» fue hecha a un lado hace casi veinte centurias, e Israel deberá pagar con persecución dolorosa y muerte por su arrogancia e incredulidad, antes de que sea liberado por el Guerreo del Cielo, Jesucristo, cuando descienda para juzgar los hombres y para reinar sobre la Tierra, sin antes de haber hecho «jiras y picadillo » a sus enemigos, conforme lo descrito en Ap.19.
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«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados» (Ro.11:25, 26).
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Dios les bendiga siempre.