Los recientes casos de pedófilos dentro y fuera de la organización han traído a mi memoria una embarazosa situación vivida mientras servía como anciano.
Resulta que un jovencito de unos trece años confesó a sus padres haber sido victima de abuso sexual por un miembro de la congregación cuando tenía unos 10 años de edad. Cabe notar que este joven había exhibido manierismos sugestivos de feminidad durante y después de la preadolescencia. A pesar de haber consentido en esa ocasión la conducta homosexual con este adulto, ahora su conciencia no lo dejaba en paz y reveló a sus padres lo sucedido. Los padres junto con el joven decidieron acudir a los ancianos.
Otro anciano y yo fuimos asignados a investigar la cuestión. La primera y por lo general en estos casos, ridícula pregunta fue si tenía testigos del incidente. La respuesta fue obvia. Decidimos entonces confrontar al acusador con el acusado con la esperanza de sacar a la luz la verdad. Personalmente sabía que el acusado en este caso era una persona de no muy buena reputación pero también sabía que mi opinión personal debería mantenerse fuera del cuadro.
La reunión no fue fácil. El jovencito nos dijo entre sollozos lo que pasó mientras el padre permanecía en silencio con la cabeza baja. El acusado no podía estar más fresco. El presentaba la indignación de victima ante una falsa acusación. Confiado de que no había pruebas, éste negó rotundamente la acusación. El otro anciano y yo no tuvimos forma alguna de probar una cosa o la otra. Simplemente faltaba la prueba. Siguiendo el modelo bíblico, según lo interpreta la Organización, no había nada más que hacer sino consolar al joven, quien al darse cuenta de la realidad rápidamente concluyó que el ejercicio que apenas terminaba no tenía sentido en su mente. Después de despedir al acusado, le explicamos al joven que por ser bautizado y haber confesado un pecado, ahora un Comité Judicial tenía que juzgar su situación. (Posteriormente el joven fue censurado privadamente y sus “privilegios” fueron revocados.) Parece casi paradójico que fuese juzgado por un mal el cual no podía ser probado.
Allí él yacía, desgarrado por la vergüenza que ahora se tornaba en rabia. Nos dijo: “¿Y esto es todo? ¿No van hacerle nada a él? Le aseguramos que Jehová conocía los hechos y que nadie se salía con la suya.
Por supuesto, un detallado informe fue redactado y enviado a la sucursal y una copia, en un sobre sellado se quedó en el archivo de la congregación.
En retrospección pienso que lo que debimos haber hecho el otro anciano y yo era estimular o, como mínimo, informar al padre del joven que podía acudir a las autoridades. Estos profesionales sin duda conocen técnicas de interrogación y evaluación de carácter las cuales podrían haber sacado más del acusado que nosotros, cuyo principal objetivo era proteger a la Organización. También el visitar a algún profesional de la salud mental pudiera haber ayudado al joven. Nada de esto se sugirió. Nosotros sencillamente no estábamos entrenados ni equipados para ayudarlo.
Comparto esto con el animo de informar a los lectores de los procedimientos que se seguían en estos casos y permitirles juzgar por si mismos si estos procedimientos encajan con lo que aprobaría un Dios amoroso.
Anónimo
P.D.
Unos dos años más tarde el acusado fue hallado culpable por un Comité Judicial, del cual formé parte, en un caso de crasa inmoralidad sexual. Aproveché la oportunidad y de manera privada le pregunté sobre el incidente descrito arriba. Nuevamente negó haber estado envuelto.
Resulta que un jovencito de unos trece años confesó a sus padres haber sido victima de abuso sexual por un miembro de la congregación cuando tenía unos 10 años de edad. Cabe notar que este joven había exhibido manierismos sugestivos de feminidad durante y después de la preadolescencia. A pesar de haber consentido en esa ocasión la conducta homosexual con este adulto, ahora su conciencia no lo dejaba en paz y reveló a sus padres lo sucedido. Los padres junto con el joven decidieron acudir a los ancianos.
Otro anciano y yo fuimos asignados a investigar la cuestión. La primera y por lo general en estos casos, ridícula pregunta fue si tenía testigos del incidente. La respuesta fue obvia. Decidimos entonces confrontar al acusador con el acusado con la esperanza de sacar a la luz la verdad. Personalmente sabía que el acusado en este caso era una persona de no muy buena reputación pero también sabía que mi opinión personal debería mantenerse fuera del cuadro.
La reunión no fue fácil. El jovencito nos dijo entre sollozos lo que pasó mientras el padre permanecía en silencio con la cabeza baja. El acusado no podía estar más fresco. El presentaba la indignación de victima ante una falsa acusación. Confiado de que no había pruebas, éste negó rotundamente la acusación. El otro anciano y yo no tuvimos forma alguna de probar una cosa o la otra. Simplemente faltaba la prueba. Siguiendo el modelo bíblico, según lo interpreta la Organización, no había nada más que hacer sino consolar al joven, quien al darse cuenta de la realidad rápidamente concluyó que el ejercicio que apenas terminaba no tenía sentido en su mente. Después de despedir al acusado, le explicamos al joven que por ser bautizado y haber confesado un pecado, ahora un Comité Judicial tenía que juzgar su situación. (Posteriormente el joven fue censurado privadamente y sus “privilegios” fueron revocados.) Parece casi paradójico que fuese juzgado por un mal el cual no podía ser probado.
Allí él yacía, desgarrado por la vergüenza que ahora se tornaba en rabia. Nos dijo: “¿Y esto es todo? ¿No van hacerle nada a él? Le aseguramos que Jehová conocía los hechos y que nadie se salía con la suya.
Por supuesto, un detallado informe fue redactado y enviado a la sucursal y una copia, en un sobre sellado se quedó en el archivo de la congregación.
En retrospección pienso que lo que debimos haber hecho el otro anciano y yo era estimular o, como mínimo, informar al padre del joven que podía acudir a las autoridades. Estos profesionales sin duda conocen técnicas de interrogación y evaluación de carácter las cuales podrían haber sacado más del acusado que nosotros, cuyo principal objetivo era proteger a la Organización. También el visitar a algún profesional de la salud mental pudiera haber ayudado al joven. Nada de esto se sugirió. Nosotros sencillamente no estábamos entrenados ni equipados para ayudarlo.
Comparto esto con el animo de informar a los lectores de los procedimientos que se seguían en estos casos y permitirles juzgar por si mismos si estos procedimientos encajan con lo que aprobaría un Dios amoroso.
Anónimo
P.D.
Unos dos años más tarde el acusado fue hallado culpable por un Comité Judicial, del cual formé parte, en un caso de crasa inmoralidad sexual. Aproveché la oportunidad y de manera privada le pregunté sobre el incidente descrito arriba. Nuevamente negó haber estado envuelto.