Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
«He aquí, os digo un misterio: no todos dormiremos; pero todos seremos trasformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al final de la trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos trasformados» (1Co.15: 51-52).
La doctrina platónica que habla y sostiene la idea de un alma inmortal ha provocado estragos considerables a millares de personas débiles en la fe, desde la antigüedad hasta la fecha, bajo un cristianismo fusionado con extraños e impuros fundamentos, dejando mucho que desear por su falta de veracidad, pervirtiendo a los individuos espiritualmente del mismo modo que lo han hecho las confusas y desatinadas doctrinas de la “trinidad” y de la “deidad” de Cristo... doctrinas que fueron gestionadas por el “invento” católico romano en el lejano antaño y que se infiltró con sagacidad para afectar al llamado protestantismo cristiano, hasta la fecha, vale decirlo otra vez.
El capítulo 5 de 2 a los Corintios ha sido mal empleado por algunos “eruditos” para justificar el dogmatismo no inconcuso de la inmortalidad del alma, pasando por alto y con extraordinaria indiferencia su origen greco pagano. A continuación veremos que esta parte de la Biblia no aprueba por ningún lado tal y redundante mentira:
«Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos» (2 Co.5:1).
Para empezar, cuando Pablo habla de «nuestra morada terrestre», de «este tabernáculo», lo hace refiriéndose al cuerpo humano de los creyentes («el templo del espíritu santo»: 1 Co.3:16-17), porque a éstos va dirigida su hermosa y magna carta. «Nuestra morada terrestre», «este tabernáculo» (hë epigeios hëmon oika tou skënous). En otras palabras: «si nuestra terrena casa de la tienda (1 Co.15:40: «Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales»), «Si se deshace» (ean-kataluthëi, gr.), situación que indica: «el cuerpo corrompido», «uno desecho», «echado a perder», el que se encuentra o está biológicamente «descompuesto» por estragos de la muerte, pero vale decir que será «vivificado» en la primera resurrección (Rev. 20:5-6), en un acto de Dios exclusivo para los santos y de eterna repercusión:
«Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes» (1 Co.15:36).
«Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción» (1 Co.15:42).
«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero».
Seguimos, así:
«Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos» (2 Co. 5:2-3).
Ahora, en 2 Co. 5: 2, dice: «Ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial» (to oikëtërion hëmön to ex ouranou ependusasthai, gr.). Significa, «poner sobre uno» (ependutës, gr.), como un traje de lino fino, una prenda de alta calidad, «Por cuanto no queremos ser desnudados» (epĥ höi ou thelomen ekdusasthai, gr.), «Por cuanto no deseamos quitarnos el vestido, sino encimárnoslo, echárnoslo encima». Esta es una alegoría de la trasformación del cuerpo mortal a uno incorruptible que denota el estreno de «una nueva vestimenta» espiritual o celestial, por su carácter, en la futura glorificación, en la resurrección de los muertos en Cristo, en la transformación de los cristianos que vivan cuando el Señor descienda del cielo para «arrebatarlos» en su segunda venida gloriosa, visible y en poder.
«Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Ts.4:17).
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mt.24:29-31).
Hasta este instante de nuestro estudio, nada se alude acerca de un alma inmortal.
Continuemos:
«He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados…» (1 Co. 15:51).
«… en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados (1 Co.15:52).
«Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad (1 Co.15:53).
«Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria» (1 Co.15:54).
Es importante decir que la palabra griega «Oikëtërion» en 2 Co. 5:2 designa un cuerpo celestial no relacionado con espíritus incorpóreos ni tampoco con almas etéreas e inmortales como lo han creído no tan pocos en el “perímetro católico-protestante”. Cristo en su resurrección poseía un «cuerpo espiritual» muy diferente al mortal y terreno que cada hombre posee y que el Mesías de Dios una vez tuvo antes de ser levantado de entre los muertos por el Espíritu de Dios. Aunque fue trasformado físicamente por el poder de Dios, Cristo seguía siendo un ser humano en toda la extensión de la palabra, un hombre de «carne y huesos» pero bajo el influjo de la glorificación sobrenatural (mírese como prueba: Ef. 5:30; 1 Tim 2:5):
«Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos» (Lc. 24:36-43).
El capítulo 15 de 1 a los Corintios, hace énfasis en la resurrección de los muertos. Si la inmortalidad del alma fuese una doctrina veraz, es bien seguro que el apóstol Pablo la hubiese incluido ni más ni menos en este capítulo porque tendría un valor importante para los creyentes, pero vemos que no hay nada de ella en su contenido. La inmortalidad del creyente está relacionada en su gloriosa transformación física en el día postrero, como Marta lo pronunció ante el Señor antes de desatar a su hermano Lázaro de las cuerdas de la muerte y que tenía ya cuatro días de muerto (Jn. 11:7, 24). Marta en ningún tiempo tiene en cuenta en su expresión verbal algo que denote o visualice un alma inmortal:
«Porque es necesario (indispensable) que esto corruptible (el cuerpo humano y mortal del creyente) se vista de incorrupción (el cuepor humano del creyente glorificado), y esto mortal (el cuepor natural y mortal otra vez) se vista de inmortalidad (el cuerpo humano regenerado por el espíritu santo en la resurrección de los muertos en Cristo y en la transformación de los cristianos vivos cuando el Señor venga al mundo por segunda vez. Ver: 1 Co. 15: 53).
La Biblia afirma que en la manifestación de Jesucristo (Tit. 2:13) seremos «semejantes» a él. Tendremos carne y huesos como el Señor, estaremos en su misma condición corporal milagrosa, y hasta podremos comer alimentos como él lo hizo (Lc.24:43):
«Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Jn. 3:2).
Y por su fuera muy poco, lea lo siguiente amable lector:
«Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col. 3:4).
Pregunto: ¿Dónde quedó “la dichosa e inmortal alma” en lo qué hasta entonces hemos estudiado?
Seguimos adelante con el tema:
«Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor» (2 Co.5:6-8).
«Entretanto que habitamos en el cuerpo» (endëmountes en töi sömati, gr.). Nuevamente, otra referencia del cuerpo natural que tenemos todos los hombres, nuestra «morada», donde reside el «espíritu»: la mente, la psique, donde emergen nuestras emociones, nuestras conciencias, nuestras decisiones, nuestras tristezas y alegrías, donde se llevan a cabo luchas más terribles en nosotros (1 Co. 2:11; 1 Co. 6:17): «Uno entre su propio pueblo», que habita o está entre él (endëmëo, de endemos, gr.). «Habitar en la presencia del Señor» (endëmësai pros ton Kurion), y se comprende: alcanzar la meta de cualidades celestiales en el futuro mundo restituido, después de que sus sistemas en general hayan claudicado, en el día de la consumación de la salvación de los verdaderos creyentes, en el día de Señor Jesucristo cuando sea visto como el relámpago que resplandece al fulgurar (Lc.17: 24), en la Parusía, cuando glorifique a sus fervientes seguidores (Mr.13:26).
«Y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo» (ekëdemos, gr., uno alejado del hogar, o sea, del cuerpo natural). Los cristianos genuinos anhelan en su resurrección, si han muerto, o si están vivos en Cristo, el glorioso cambio que los libertará de la hasta ahora inexorable muerte, de las desesperantes y deprimentes enfermedades que los azotaron con grande enjundia y cruel dolor, de los innumerables males y pesares que han experimentado en esta lóbrega y maligna Tierra. La Biblia no argumenta a favor de un alma inmortal que abandona el cuerpo para habitar en aquella alta y gloriosa esfera que solamente le pertenece a Dios. La herencia de los creyentes en Cristo, los mansos, es sin duda, terrenal y milenaria, sin excusas (Rev. 20:4, 6). La Biblia no refiere, léalo bien amable lector, que los creyentes sean herederos del Tercer Cielo (2 Co. 12:2). Las promesas de Dios para sus hijos se encuentran en la futura Tierra regenerada, no en el Tercer Cielo en que Jehová el Padre junto a su Hijo Jesucristo y sus miríadas de angélicas criaturas habita reinante en resplandeciente luz y santidad.
Para que no le quede la menor confusión, querido y amable lector, los siguientes textos corroboran lo antes escrito:
«Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz» (Sal. 37:11).
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt.5:5).
Para terminar:
Para terminar:
«Estar ausentes del cuerpo», es, no estar en el mismo cuerpo de muerte y de pecado ya, de agobiantes y cansadas limitaciones que nos han llevado continuamente a fallar en muchos aspectos de nuestra vida, a realizar actos ofensivo contra Dios, contra el prójimo y contra uno mismo. «Estar ausentes del cuerpo», se comprende que: «Para que lo mortal sea –absorbido- por la vida (hina katapothëi to thnëton hupo tës zöës, gr.). Esto, no indica en lo absoluto, la vida –desprendida- del cuerpo humano, que se traduce en un alma consciente: para gloria eterna, o que le depara un sufrir constante e inextinguible. Esto, es una fabulosa y gran mentira.
Los cuerpos de los creyentes en Cristo sufrirán una maravillosa y bendita metamorfosis. Los que son de Cristo serán «vivificados» (véase 1 Co. 15:22) en un cuerpo inmortal. Únicamente así podrán tener acceso al Reino de Dios en la Tierra, serán aptos por este efecto o resultado portentoso.
Obviamente, un cuerpo natural no podría reinar nunca con Cristo por mil años literales a causa de su perecedera y limitada condición biológica; por lo tanto, «es indispensable o necesario su entera y gloriosa modificación».
En la Parusia, tanto los vivos como los que estén muertos en Cristo sufrirán el glorioso cambio corporal para vida eterna. Después, al terminar el milenio, los impíos serán «resucitados» para ser juzgados en el Juicio del Gran Trono Blanco. Al concluir este Juicio Judicial vendrá su lanzamiento en el Lago de Fuego que arde con Azufre, y así serán aniquilados por siempre jamás los malignos: No quedará de ellos «ni raíz ni rama» (Mal. 4:1; Rev. 20: 11-15).