Por Mario Escobar
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John Stott en su libro “El Cristianismo Contemporáneo” afirma que el Espíritu Santo es el gran protagonista del libro de los Hechos y, por extensión de toda la historia de la Iglesia. Pentecostés siempre ha formado parte inequívoca del momento fundacional de la fe cristiana. Pentecostales, en cierto modo, los somos todos.
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La base común de Pentecostalismo, carismátismo y neocarismatismo es el énfasis que ponen estos tres movimientos en la persona del Espíritu Santo. Las diferencias entre los tres movimientos son numerosas. El pentecostalismo surge, como ya hemos apuntado en otros capítulos, del movimiento de santidad y sanidad de finales del Siglo XIX. Para los pentecostales, los dones y las sanidades milagrosas son parte esencial de la predicación del Evangelio y la edificación de la Iglesia.
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Doctrinalmente el pentecostalismo comparte la declaración de fe de cualquier iglesia evangélica. Los pentecostales forman un movimiento del que participan varias denominaciones (Asambleas de Dios, Biblia Abierta, Iglesia Apostólica Pentecostal, etc.). Al formar parte de un movimiento, su forma cúltica, el gobierno de la iglesia y estructura denominacional varían considerablemente. El pentecostalismo es heredero de los pioneros pentecostales del siglo XIX, pero ya en los primeros momentos de su historia se produjeron discrepancias internas relacionadas con la forma de entender la expresión pública de los dones, la alabanza o el uso de las lenguas espirituales. Tal vez, la primera discrepancia del movimiento pentecostal surgió entre Charles Fox Parham, responsable del avivamiento de Topeka (Kansas), y William J. Seymour, pastor de la calle Azusa (California), cuando el primero cuestionaba la forma exaltada de las reuniones que se celebraban en la iglesia del segundo. Los dos eran pentecostales, pero no compartían la forma y orden que debía de tener el culto.
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Fuera del movimiento pentecostal surgieron individuos, iglesias y, en algunos casos denominaciones, que aceptaron la mayor parte de las creencias y formas de las iglesias pentecostales, pero que no se integraron dentro de las denominaciones clásicas del pentecostalismo, conservando algunos de los rasgos de su denominación originaria. El caso más notable es el de la Iglesia Metodista Pentecostal de Chile, surgida a principios del siglo XX de la Iglesia Metodista. Aunque el nombre de esta denominación sea pentecostal, realmente constituye un movimiento carismático dentro del metodismo. Junto al carismátismo de corte evangélico, surgió un carismátismo de origen católico, nacido en Estados Unidos en el año 1967 entre un grupo de estudiantes y en la actualidad aglutina a más de 100 millones de católicos.
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Las diferencias entre pentecostales clásicos y carismáticos es evidente.
Los pentecostales clásicos crearon sus propias denominaciones marcando, dentro de la diversidad, unos cánones básicos de culto y doctrina; los carismáticos por el contrario, son grupos que nacen dentro de denominaciones o iglesias ya establecidas, que incorporan las doctrinas pentecostales referidas al Espíritu Santo, pero sin renunciar a su propia tradición y singularidad.
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¿Qué son los grupos neocarismáticos?
Estos grupos, surgidos en los años ochenta y noventa del siglo XX, forman un movimiento en sí mismos. Su énfasis ya no es tanto la evangelización, la Biblia y la renovación, como la sanidad emocional, las manifestaciones espirituales y las expresiones externas de espiritualidad. Este énfasis en las manifestaciones externas les lleva, en algunos casos, a aparcar los estudios de la Biblia o realizar estos de una manera meramente devocional. Algunos grupos carismáticos hacen especial énfasis en la prosperidad económica de los creyentes, relacionan la enfermedad con el pecado y tienden a ser más propicios al ecumenismo, ya que no se consideran dogmáticos.
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Los tres movimientos comprenden numerosas denominaciones y están integrados como corriente en la mayoría de las iglesias cristianas. Generalizar sus prácticas, formas, doctrinas o peculiaridades, sería injusto, ya que cada uno de ellos responde a una tradición, énfasis y visión del evangelio distinta.