Un reino venidero
Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt.6:10)
Sabía el ladrón acertadamente que aquel crucificado en medio de ellos era un hombre justo, pero además sabía que no se trataba de un simple ser humano, de una persona común y corriente, sino del Mesías prometido a Israel, el Salvador del Mundo, nada menos que el Hijo de Dios, al cual pidió de este modo misericordia para vida:
«Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (Lc.23:42).
En primer lugar, tendremos en cuenta que la crucifixión era propiamente para los criminales judíos juzgados por las leyes de Roma, no para los ciudadanos romanos. Siendo Pablo un ciudadano romano (Hech. 22:23-30), la historia señala que fue decapitado, pero la misma historia tradicionalista comenta que Pedro si lo fue, por la razón de su origen judío, en una posición invertida, cabeza abajo, porque así los dispuso él, porque «no era digno de morir como su Señor»:
«Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme» (Jn.21:17-19).
No es difícil, entonces, con cabalidad deducir, que este ladrón arrepentido era un individuo israelita. No hay otra cosa que sostenga que no lo fuera. La crucifixión, aclara su nacionalidad. Tampoco es complicado determinar, que el otro ladrón, el no arrepentido, por la misma forma de ejecución escogida para muerte, también se trataba de una persona de judía.
Un autor comenta:
«Los ciudadanos romanos condenados usualmente estaban exentos de morir crucificados (como los nobles estaban exentos de morir colgados, que morían más honorablemente por decapitación) excepto por crímenes mayores en contra del estado, tal como alta traición».
Desde un principio, los judíos fueron instruidos en las escrituras vetero testamentarias por voluntad divina (a los pequeños se les enseña la Torá en Israel todavía), y se realizaba desde muy temprana edad. Vemos lo que Pablo dice en su epístola a los Romanos:
«He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad» (Ro.2:17-20).
«Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien» (Jos.1:7-8).
Con seguridad, los judíos en general no adolecieron de ignorancia a las benditas promesas dadas a Abraham por Dios que alcanzarían a todo el mundo («y serán benditas en ti todas las naciones de la tierra»), qué cómo sabemos, se cumplirán cuando los sistemas gentiles hayan sido raídos por el Hijo de Dios en su regreso al mundo.
El libro del Génesis nos reitera así la cuestión, indiscutiblemente:
«Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gn. 12:1-3).
El ladrón arrepentido, por sus palabras pronunciadas en medio de la agonía, estaba seguro que este justo crucificado junto a él regresaría al mundo por segunda vez a instalar su reino terrenal: «Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino».
Para tener parte en el reino de Cristo, se requiere de varias condiciones, como a continuación veremos:
1. De la venida de Cristo al mundo, que será por segunda vez:
«Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mt.24:30).
2. Ser creyente en Cristo, independientemente, si se ha muerto o no, porque todos serán glorificados:
« Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Ts.4:14-17).
«He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (1 Co.15:51-52).
De esta manera, el ingreso al reino de Dios, en una tierra que habrá sido ya restituida, será efectivo, para que los creyentes obedientes gobiernen («coherederos de Cristo») junto al Mesías por mil años, según Ap. 20:4-6.
Es importante comentar, que el ladrón no siquiera pide al Señor que su "alma sea recibida en el cielo″ para que repose con gozo en la presencia de Dios al morir el cuerpo material, que sería, inmediatamente, lo más lógico. Quienes conocemos las escrituras, acordamos con el ladrón arrepentido, esperando el regreso de Cristo para participar de su reino venidero cuando seamos glorificados. Es aquí, dónde la salvación será definitivamente consumada para los creyentes genuinos:
«Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó» (Ro.8:30).
«…para alcanzar la salvación que está preparada (futura) para ser manifestada en el tiempo postrero» (1 P.1:5).
Muchos han tratado de justificar en las palabras de Cristo, como unas que prometían en cualquier momento de morir un reino de dicha y verdad, inmediata, cuando el alma invisible e inmortal se desprendiera del cuerpo ya sin vida para habitar en menos de un instante en la gloriosa Eternidad que le pertenece a Dios con exclusividad, en la que moran por su voluntad las más increíbles y hermosas criaturas que le dan honra y gloria siempre, en la que el diablo disfrutó con grandes privilegios como un querubín protector, autor, de la mentira greco-pagana de la "inmortalidad del alma″, la cual ha regado con astucia y malicia en un gran número de iglesias que tienen etiqueta de "cristianas″, por medio de falsos y audaces mensajeros de Dios. En este caso, la aplicación de la prolepsis, clarifica el sentido real de las palabras del Señor, quien se refería a este suceso como uno futuro, de largo plazo, en su reino terrenal:
«Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Mt.23:43).
La venida del Hijo del hombre se revela en el Antiguo Testamento, en el libro del profeta Daniel, para ser exacto.
El regreso de Cristo, posiblemente, el ladrón arrepentido lo haya tenido presente, por el conocimiento del contenido de este libro, o en la predicación del Señor, cuando se anunció como el Mesías y gobernante del reino venidero (Mt.25: 31-46):
«Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido» (Dn.7:13-14).
Amén.
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