Ireneo de Lyón y el diablo literal
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Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
Para quienes no lo conozcan, Ireneo de Lyón, reconocido en el ámbito cristiano como uno de los más grandes padres de la Iglesia cristiana primitiva, notable apologista de la sana doctrina del siglo II y III D. C. Su carta de reputación lo avala como un apologista ortodoxo que combatió las principales herejías de su época, ajenas al los fundamentos del verdadero cristianismo. Ireneo de Lyón fue nada más ni nada menos discípulo de Policarpo de Esmirna, y este último del apóstol Juan.
Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
Para quienes no lo conozcan, Ireneo de Lyón, reconocido en el ámbito cristiano como uno de los más grandes padres de la Iglesia cristiana primitiva, notable apologista de la sana doctrina del siglo II y III D. C. Su carta de reputación lo avala como un apologista ortodoxo que combatió las principales herejías de su época, ajenas al los fundamentos del verdadero cristianismo. Ireneo de Lyón fue nada más ni nada menos discípulo de Policarpo de Esmirna, y este último del apóstol Juan.
Fue el mismo Policarpo quien lo envió a las Galias el 157 D. C, y en el 177 D. C. y en Lyón profesó el ministerio de presbítero. Combatió el movimiento de los montanistas, muy parecido al movimiento extravagante pentecostal de la actualidad.
Se piensa que su muerte resultó entre el 202 y el 208 de nuestra era.
Ireneo de Lyón, en su tratado «Contra Herejías», teniéndose en cuenta el antecedente de importancia que lo respalda como «un gran hombre de Dios», escribe sobre la «literalidad de la persona del diablo». Así que, presentamos, una prueba fidedigna más, tradicionalista, histórica y veraz, contundente en demasía, que refuta la teoría errónea cristadelfina de que el diablo es una "representación alegórica de la maldad evocada por el pecado inherente en la humanidad caída y depravada".
Ireneo de Lyón, en su tratado «Contra Herejías», teniéndose en cuenta el antecedente de importancia que lo respalda como «un gran hombre de Dios», escribe sobre la «literalidad de la persona del diablo». Así que, presentamos, una prueba fidedigna más, tradicionalista, histórica y veraz, contundente en demasía, que refuta la teoría errónea cristadelfina de que el diablo es una "representación alegórica de la maldad evocada por el pecado inherente en la humanidad caída y depravada".
Vemos a continuación:
2.10. El padre de la mentira
2.10. El padre de la mentira
23,1. Porque ya se había acostumbrado a mentir contra Dios, con tal de seducir a los hombres. Al principio Dios había dado al hombre toda suerte de alimentos, y sólo le prohibió comer de un árbol, como en la Escritura Dios dijo a Adán: «Puedes comer de todo árbol del paraíso, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; pues el día que comieres de él, morirás de muerte» (Gén 2,16-17). El (diablo), mintiendo contra Dios tentó al hombre, como en la Escritura la serpiente dijo a la mujer: «¿Por qué dijo Dios: No comerás de ningún árbol del paraíso?» (Gén 3,1). Ella rechazó la mentira, y con simplicidad mantuvo el precepto al responder: «Podemos comer de todo árbol del paraíso, pero sobre el fruto del árbol que está en medio del paraíso, dijo Dios: No comeréis de él ni lo tocaréis, para que no muráis» (Gén 3,2-3).
Habiendo la mujer explicado el mandato de Dios, (el diablo) habituado a la astucia de nuevo la engañó usando otra mentira: «No moriréis de muerte. [1185] Dios sabía que si un día coméis de ese árbol, se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gén 3,4-5). En primer lugar, en el paraíso de Dios disputaba sobre Dios, como si éste estuviese ausente; ignoraba, en efecto, la grandeza divina. En seguida, habiendo oído de ella que Dios habría dicho que ellos morirían si gustaban de tal árbol, añadió otra mentira: «No moriréis de muerte». Mas, como Dios es veraz, y en cambio la serpiente es mentirosa, los efectos probaron que la muerte sería la consecuencia si ellos comían. Al mismo tiempo ellos gustaron del bocado y de la muerte; porque comieron por desobediencia, y la desobediencia produce la muerte. Por eso fueron ellos entregados a la muerte, pues se hicieron sus deudores.
23,2. Porque ellos murieron el mismo día en que comieron y se hicieron deudores de la muerte, por ese motivo uno solo es el día de la creación: «Se hizo tarde y mañana, día primero» (Gén 1,5). En el mismo día comieron y murieron. Considerando el ciclo y el curso de los días, de acuerdo al cual se les llama primero, segundo y tercero, si alguien quiere investigar con diligencia cuál de los siete días murió Adán, lo descubrirá a partir de la Economía del Señor. Porque él, para recapitular en sí a todo el hombre desde el principio hasta el fin, también recapituló su muerte. Es claro que el Señor, por obediencia al Padre, sufrió la muerte el mismo día en que Adán murió por desobedecer a Dios. Y en el mismo día en que comió, en ese día murió, pues Dios le dijo: «El día en que comiéreis, moriréis de muerte» (Gén 2,17). Para recapitular en sí mismo ese día, el Señor asumió la pasión la víspera del sábado, o sea el sexto día de la creación, en la cual el hombre había sido plasmado, a fin de darle mediante su pasión la segunda creación, fruto de su muerte.
Algunos incluso ponen la muerte de Adán en el año mil, [1186] porque «los días del señor son como mil años» (2 Pe 3,8; Sal 90[89],4). Adán no sobrepasó, pues, los mil años, sino que murió dentro de ellos, para cumplir la sentencia de su transgresión. Sea, pues, por la desobediencia que lleva a la muerte, sea porque desde entonces fueron entregados a ella y se hicieron deudores de la muerte, sea porque murieron el mismo día en que comieron ya que fue el primer día de la creación, sea por el ciclo de los días pues murieron el mismo día en que comieron, es decir en la Pascua (que significa la cena pura393) que cae en viernes (día que el Señor eligió para sufrir), sea porque Adán no sobrepasó los mil años sino que murió dentro de ellos: según el significado de todos los hechos anteriores, Dios se mostró veraz. Murieron los que comieron del árbol, y la serpiente se manifestó mentirosa y homicida, como el Señor dijo refiriéndose a ella: «Desde el principio es homicida y no permaneció en la verdad» (Jn 8,44).
2.11. El miente desde el principio
24,1. Así como mintió al principio, también mintió al final, cuando dijo: «Todo esto me ha sido entregado y lo doy a quien quiero» (Lc 4,6). Pues no es él, sino Dios, quien delimitó los reinos de la tierra: «El corazón del rey está en manos de Dios» (Prov 21,1). Y por Salomón dice la Palabra: «Por mí reinan los reyes y los poderosos ejercen la justicia; yo exalto a los príncipes y por mí los jefes reinan sobre la tierra» (Prov 8,15-16). Y sobre lo mismo, escribe Pablo: «Sujetaos a las autoridades constituidas; pues el poder no viene sino de Dios. Y las que hay están establecidas por Dios» (Rom 13,1). Y también dice refiriéndose a ellas: «Pues no sin motivo lleva la espada, pues es un ministro de Dios, para tomar venganza con dureza de los que obran el mal» (Rom 13,4). No dice esto a propósito [1187] de los poderes angélicos ni de príncipes invisibles, como algunos se atreven a interpretar, sino de los gobiernos humanos, pues dice: «Por eso pagáis tributos, pues son ministros de Dios y en eso ejercitan un servicio» (Rom 13,6). El Señor confirmó lo mismo, no haciendo caso de los engaños del diablo, cuando mandó a Pedro pagar a los cobradores el tributo por sí y por él, porque «son ministros de Dios y en eso ejercitan un servicio».
24,2. Una vez que el hombre se apartó de Dios, se convirtió casi en una fiera, de modo que tuvo por enemigo incluso al de su propia sangre, y se entregó a todo tipo de desorden, homicidio y avaricia, sin temor alguno. Por ello Dios impuso el miedo a los hombres, ya que no conocían el temor a Dios; los sujetó al poder humano y los controló con la ley, a fin de que ésta ejerza una cierta justicia y los hombres se controlen unos a otros, temiendo la espada que abiertamente los amenaza, como escribe el Apóstol: «No sin causa lleva la espada; porque es ministro de Dios, para ejercer la cólera y la venganza contra quien haga el mal» (Rom 13,4). Por este motivo a los magistrados, revestidos de la ley como divisa, no se les pedirá cuenta ni se les castigará por todo aquello en que actuaren de manera justa y legítima. En cambio, si hicieren algo inicuo e impío para dañar al justo o para contravenir la ley, o ejercitaren su servicio de modo tiránico, perecerán; porque el justo juicio de Dios se aplica a todos por igual y no falla en ningún caso. Dios, pues, estableció el reino de la tierra en favor de los gentiles (no lo hizo el diablo, porque siempre anda inquieto, más aún porque pretende siempre que los pueblos no vivan en paz), a fin de que, temiendo el poder humano, los hombres no se traguen unos a otros como los peces, sino que por la disposición de la ley controlen la multiforme injusticia de los paganos. En este sentido son ministros de Dios. Y si son ministros de Dios, los que nos cobran los impuestos en ello ejercitan un servicio.
24,3. «Toda autoridad ha sido dispuesta por Dios». Es, pues, claro que el diablo miente cuando dice: «Todo me han sido entregado y lo doy a quien quiero». Aquel por cuya disposición existen los hombres, también con su mandato establece a los reyes adecuados a los tiempos y personas [1188] sobre las que reinan. Algunos son elegidos para la corrección y el provecho de los súbditos y para conservar la justicia; otros para infundir temor, castigo y reproche; otros para la vanidad, insolencia y orgullo, según los súbditos lo merecen; pues, como hemos dicho arriba, el justo juicio de Dios recae igualmente sobre todos. Mas el diablo, siendo un ángel apóstata, puede hacer solamente lo que hizo desde el principio: seducir y arrastrar la mente del hombre a transgredir los preceptos de Dios, y cegar poco a poco los corazones de aquellos que se dedican a servirlo; de este modo les hace olvidar al verdadero Dios, y adorarlo a él como si fuese Dios.
24,4. Es como si un rebelde, habiéndose apoderado por la fuerza de una región, perturbara a quienes viven en ella, y reivindicara para sí la gloria del rey para gobernar a aquellos que ignoraran que es un ladrón y un rebelde. Del mismo modo el diablo, siendo uno de los ángeles elevados sobre los aires, como escribió el Apóstol Pablo en su Carta a los Efesios (Ef 2,2), por envidia del hombre (Sab 2,24) apostató de la ley divina: pues la envidia es ajena a Dios. Y como en el hombre quedaron desenmascarada su apostasía y al descubierto sus intenciones, el diablo se fue haciendo cada vez más enemigo del hombre, envidiando su vida y queriendo aprisionarlo en su poder rebelde. En cambio el Verbo de Dios hacedor de todas las cosas, venciendo al diablo por medio del hombre y dejando al desnudo su rebeldía, sujetó al diablo al poder del hombre, cuando dijo: «Os doy el poder de pisotear serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo» (Lc 10,19). De esta manera, habiendo él dominado al hombre por la apostasía, su rebelión quedó anulada por el hombre que retorna a Dios.
Dios les bendiga siempre.