Alan Feuerbacher
Algunos años después del colapso completo de todo lo que C. T. Russell había predicho, J. F. Rutherford empezó un proceso de reemplazo de las predicciones no cumplidas de Russell con una serie de acontecimientos invisibles y espirituales asociados con los años 1914 y 1918. Por los inicios de los años 30’s el proceso fue completado.
Un comentario interesante en esta transformación fue hecho por Carl Sagan en su libro Cerebro de Broca (Nueva York: Ballantine Books, 1979, pp. 332-333):
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Las doctrinas que no hacen predicciones son menos convincentes que aquellas que hacen predicciones correctas; y son, a su vez, más exitosas que las doctrinas que hacen predicciones falsas.
Las doctrinas que no hacen predicciones son menos convincentes que aquellas que hacen predicciones correctas; y son, a su vez, más exitosas que las doctrinas que hacen predicciones falsas.
Pero no siempre. Una conspicua religión americana seguramente predijo que el mundo acabaría en 1914. Pues bien, 1914 vino y se ha ido, y - mientras los acontecimientos de ese año fueron de alguna importancia - el mundo, hasta donde puedo ver, no parece haber fenecido. Hay al menos tres respuestas que una religión organizada puede hacer haciendo frente a una profecía tan fallida y fundamental. Ellos pudieron haber dicho, “oh, ¿dijimos 1914”? Lo sentimos, quisimos decir ‘ 2014.’ Un leve error en el cálculo. Esperamos de que ustedes no hayan tenido ningún inconveniente de cualquier forma”. Pero no lo hicieron. Pudieron haber dicho, “Pues bien, el mundo hubiera fenecido, pero oramos muy duro e intercedimos con Dios de modo que Él conservó la Tierra”. Pero no lo hicieron. En lugar de eso, hicieron algo bastante más ingenioso.
Anunciaron que el mundo había, de hecho, acabado en 1914, y si el resto de nosotros no nos dimos cuenta, ese es nuestro problema. Es asombroso frente a tales transparentes evasivas, que esta religión no se haya quedado sin ningún adherente. Pero las religiones son fuertes. O no hacen argumentaciones que están sujetas a refutación o rápidamente rediseñan la doctrina después de la refutación. El hecho de que las religiones pueden ser tan desvergonzadamente deshonestas, tan despectivas de la inteligencia de sus adherentes, y aún florecer, no habla muy bien de ellas por la torpeza de los creyentes. Pero sí indica, si una comprobación fuera necesaria, que cerca del corazón de la experiencia religiosa hay algo notablemente resistente para la investigación racional.