Máximo García Ruiz, España
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Ya tenemos sobre la mesa un nuevo tema para el debate teológico. Cualquiera diría que, a falta de serpiente de verano, los descubrimientos arqueológicos relacionados con los orígenes del cristianismo y la figura de su fundador, son un buen recurso para entretener al personal en los días de sopor estival. Hace un par de años fueron los descubrimientos de un fragmento sobre el Evangelio de Judas y ahora nos sorprenden con una losa de 90 centímetros de piedra caliza, datada un siglo antes de la primer venida de Cristo y descubierta hace 15 años que contiene 87 líneas a dos columnas, escritas con tinta, encontrada en la ribera jordana del mar Muerto, la orilla opuesta a donde se sitúan las cuevas del Qumran, zona de importantísimos descubrimientos arqueológicos que han aportado una rica información sobre temas bíblicos.
Esta tablilla fue descubierta hace diez años, pero es ahora cuando su noticia salta a los grandes rotativos del mundo. Se la conoce con el nombre de Visión de las Revelaciones de Gabriel, debido a que el mensaje es atribuido al arcángel Gabriel.
Descubrimientos de este cariz son desvelados con cierta frecuencia y, sobre ellos, trabajan los científicos para descifrar su mensaje, la fecha en la que fueron escritos y cualquier otro dato acerca de su procedencia. Nada nuevo, pues, lo que ahora nos anuncian. El hecho novedoso acerca de esta piedra es que en su texto, según afirma el investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Israel Knohl, se describe al ángel Gabriel resucitando a un líder mesiánico tres días después de su muerte, y esto ocurrió en el siglo I antes de Cristo. Y ahí viene la polémica, ya que el hecho en sí, que se relaciona tan directamente con el núcleo central de la fe cristiana (“Si Cristo no hubiera resucitado –afirmaría Pablo-, vana es entonces nuestra fe”), se habría producido antes del nacimiento de Cristo, en una época en la que los judíos participaban muy intensamente de las creencias y el fervor mesiánicos.
La idea de la resurrección, obviamente, no era ajena al pensamiento judío de la época de Jesús, si bien algunos sectores no la admitían en manera alguna; lo realmente sorprendente en el caso que nos ocupa es la referencia que se hace en la tablilla de que “en tres días vivirás”, cifrando al resurrección precisamente al tercer día de la muerte.
Sobre este tema correrán, seguramente, ríos de tinta. Y es de suponer que no todos los científicos confirmen la versión de Knohl, incluso que la contradigan. En lo que a la fecha de la losa se refiere, parece que sí hay bastante coincidencia, ya que son muchos los informes que fijan su origen precisamente antes del nacimiento de Cristo; sin embargo, en lo que hace referencia al texto, habrá posturas enfrentadas y, en cualquier caso, se establecerán debates y confrontaciones científicas discutiendo la autenticidad de la estela y el alcance del escrito que en ella se encuentra, ya que no resulta tarea sencilla descifrar esos mensajes, por lo general altamente deteriorados, por el paso de los años. Y aún más, tema de discusión nada despreciable será el hecho de que la escritura esté hecha en tinta y no grabada sobre la misma piedra, como era más habitual.
La tablilla en cuestión incluye una frase de importancia crítica, según Israel Knohl: habla de un personaje que se rebeló contra Roma a finales del siglo I antes de Cristo y que fue resucitado al tercer día. Según este texto y una de las primeras aplicaciones que se han hecho sobre él, se alimenta la hipótesis de que a Jesús de Nazaret le aplicaron sus seguidores una antigua tradición judía: que el liberador del pueblo de Israel, el Mesías, tendría que morir y resucitar al tercer día.
¿Y qué tiene que decirse sobre este asunto desde el punto de vista teológico? En primer lugar confirmar el hecho de que la creencia en la resurrección de determinados líderes mesiánicos, que tanto abundaron en el siglo anterior a la venida de Cristo, no era nada infrecuente, por lo que nada debería extrañarnos que ciertos colectivos hubieran aplicado esta creencia a alguno de ellos en particular, revistiéndola de los elementos básicos de su fe, lo cual no quita ni añade ningún tipo de valor a la comprensión cristiana de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Según Kohl, la orden de Gabriel va dirigida al «Príncipe de príncipes», un personaje sobre el que Knohl conjetura que es Simón, un líder judío que se rebeló en el año 4 antes de Cristo contra la monarquía herodiana, sostenida por Roma. Simón actuó en la Transjordania, zona en la que se supone que fue hallada la tablilla. «Simón se declaró rey, llevó una corona, y fue percibido como rey por sus seguidores, que depositaron sus esperanzas mesiánicas en él», sostiene Knohl. El emperador romano Augusto aplastó aquella rebelión, pero los seguidores de Simón le consideraron resucitado a los tres días.
Knohl pone mucho énfasis en el hecho de que antes del nacimiento de Jesús existió una gran actividad mesiánica, lo cual es cierto; y que el concepto de la resurrección tiene su origen en la tradición judía anterior, cosa que indudablemente ocurrió de esa manera. Que los judíos concebían al Mesías como alguien cuyo objetivo era redimir al pueblo judío en exclusividad, tal y como Knohl afirma, es algo que los propios evangelios confirman, creencia que, por otra parte, era compartida por algunos de los apóstoles de Jesús, si no lo fue por todos, hasta que se les reveló el alcance universal de su misión del Maestro, lo cual produjo una gran decepción en alguno de ellos, especialmente en Judas Iscariote.
La creencia de que Jesús era el Mesías y resucitó tres días después de su muerte es el fundamento de la fe cristiana. De confirmarse que la resurrección es una creencia que ya existía al menos en una parte del pensamiento judío, Jesús -que adoptó para si el título de Mesías de Israel- simplemente habría cumplido lo que ya la teología judía había entendido: que el verdadero Mesías había de resucitar tras su muerte al tercer día. Y punto. No caben deducciones de cualquier otra índole porque, como en tantos otros temas relacionados con las creencias cristianas, estamos hablando de fe, y la fe no siempre encuentra sustento en la ciencia, ni la ciencia tiene herramientas para penetrar los inescrutables recovecos de la fe.
Que los judíos reabran ahora el viejo debate de que Jesús no fue nada más que un profeta pero no el Mesías ni el hijo de Dios, no resulta nada novedoso, por lo que los fundamentos de la fe cristiana siguen en su lugar. Y todo esto sin tener que esperar a ver qué nuevas aportaciones pueden hacer los científicos en torno a la tabla conocida como “La visión de Gabriel” que, como tantos otros descubrimientos, puede tener y tiene un enorme interés científico, pero que ni confirman ni rebaten unas creencias que, más que en demostraciones científicas, se fundamentan en percepciones espirituales soportadas por la aceptación de la Biblia por parte de los cristianos como Palabra de Dios, de la que los judíos son sus primeros destinatarios.
Aparte de que resulta muy arriesgado sacar conclusiones de una línea escrita en una tabla vieja y deteriorada, los fundamentos de la fe no pueden estar sometidos a los vaivenes de ciertos descubrimientos y determinadas deducciones que sobre ellos se extraigan, descubrimientos por otra parte siempre provisionales y sujetos a un mayor rigor de análisis. Y esta afirmación es aplicable tanto a los que “reafirman” o “confirman” determinadas creencias cristianas, como a aquellos otros que parecen introducir elementos de duda o confrontación.
Julio de 2008.
*El autor es sociólogo y teólogo.
www.yeshuahamashiaj.org
www.elevangeliodelreino.org
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Ya tenemos sobre la mesa un nuevo tema para el debate teológico. Cualquiera diría que, a falta de serpiente de verano, los descubrimientos arqueológicos relacionados con los orígenes del cristianismo y la figura de su fundador, son un buen recurso para entretener al personal en los días de sopor estival. Hace un par de años fueron los descubrimientos de un fragmento sobre el Evangelio de Judas y ahora nos sorprenden con una losa de 90 centímetros de piedra caliza, datada un siglo antes de la primer venida de Cristo y descubierta hace 15 años que contiene 87 líneas a dos columnas, escritas con tinta, encontrada en la ribera jordana del mar Muerto, la orilla opuesta a donde se sitúan las cuevas del Qumran, zona de importantísimos descubrimientos arqueológicos que han aportado una rica información sobre temas bíblicos.
Esta tablilla fue descubierta hace diez años, pero es ahora cuando su noticia salta a los grandes rotativos del mundo. Se la conoce con el nombre de Visión de las Revelaciones de Gabriel, debido a que el mensaje es atribuido al arcángel Gabriel.
Descubrimientos de este cariz son desvelados con cierta frecuencia y, sobre ellos, trabajan los científicos para descifrar su mensaje, la fecha en la que fueron escritos y cualquier otro dato acerca de su procedencia. Nada nuevo, pues, lo que ahora nos anuncian. El hecho novedoso acerca de esta piedra es que en su texto, según afirma el investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Israel Knohl, se describe al ángel Gabriel resucitando a un líder mesiánico tres días después de su muerte, y esto ocurrió en el siglo I antes de Cristo. Y ahí viene la polémica, ya que el hecho en sí, que se relaciona tan directamente con el núcleo central de la fe cristiana (“Si Cristo no hubiera resucitado –afirmaría Pablo-, vana es entonces nuestra fe”), se habría producido antes del nacimiento de Cristo, en una época en la que los judíos participaban muy intensamente de las creencias y el fervor mesiánicos.
La idea de la resurrección, obviamente, no era ajena al pensamiento judío de la época de Jesús, si bien algunos sectores no la admitían en manera alguna; lo realmente sorprendente en el caso que nos ocupa es la referencia que se hace en la tablilla de que “en tres días vivirás”, cifrando al resurrección precisamente al tercer día de la muerte.
Sobre este tema correrán, seguramente, ríos de tinta. Y es de suponer que no todos los científicos confirmen la versión de Knohl, incluso que la contradigan. En lo que a la fecha de la losa se refiere, parece que sí hay bastante coincidencia, ya que son muchos los informes que fijan su origen precisamente antes del nacimiento de Cristo; sin embargo, en lo que hace referencia al texto, habrá posturas enfrentadas y, en cualquier caso, se establecerán debates y confrontaciones científicas discutiendo la autenticidad de la estela y el alcance del escrito que en ella se encuentra, ya que no resulta tarea sencilla descifrar esos mensajes, por lo general altamente deteriorados, por el paso de los años. Y aún más, tema de discusión nada despreciable será el hecho de que la escritura esté hecha en tinta y no grabada sobre la misma piedra, como era más habitual.
La tablilla en cuestión incluye una frase de importancia crítica, según Israel Knohl: habla de un personaje que se rebeló contra Roma a finales del siglo I antes de Cristo y que fue resucitado al tercer día. Según este texto y una de las primeras aplicaciones que se han hecho sobre él, se alimenta la hipótesis de que a Jesús de Nazaret le aplicaron sus seguidores una antigua tradición judía: que el liberador del pueblo de Israel, el Mesías, tendría que morir y resucitar al tercer día.
¿Y qué tiene que decirse sobre este asunto desde el punto de vista teológico? En primer lugar confirmar el hecho de que la creencia en la resurrección de determinados líderes mesiánicos, que tanto abundaron en el siglo anterior a la venida de Cristo, no era nada infrecuente, por lo que nada debería extrañarnos que ciertos colectivos hubieran aplicado esta creencia a alguno de ellos en particular, revistiéndola de los elementos básicos de su fe, lo cual no quita ni añade ningún tipo de valor a la comprensión cristiana de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Según Kohl, la orden de Gabriel va dirigida al «Príncipe de príncipes», un personaje sobre el que Knohl conjetura que es Simón, un líder judío que se rebeló en el año 4 antes de Cristo contra la monarquía herodiana, sostenida por Roma. Simón actuó en la Transjordania, zona en la que se supone que fue hallada la tablilla. «Simón se declaró rey, llevó una corona, y fue percibido como rey por sus seguidores, que depositaron sus esperanzas mesiánicas en él», sostiene Knohl. El emperador romano Augusto aplastó aquella rebelión, pero los seguidores de Simón le consideraron resucitado a los tres días.
Knohl pone mucho énfasis en el hecho de que antes del nacimiento de Jesús existió una gran actividad mesiánica, lo cual es cierto; y que el concepto de la resurrección tiene su origen en la tradición judía anterior, cosa que indudablemente ocurrió de esa manera. Que los judíos concebían al Mesías como alguien cuyo objetivo era redimir al pueblo judío en exclusividad, tal y como Knohl afirma, es algo que los propios evangelios confirman, creencia que, por otra parte, era compartida por algunos de los apóstoles de Jesús, si no lo fue por todos, hasta que se les reveló el alcance universal de su misión del Maestro, lo cual produjo una gran decepción en alguno de ellos, especialmente en Judas Iscariote.
La creencia de que Jesús era el Mesías y resucitó tres días después de su muerte es el fundamento de la fe cristiana. De confirmarse que la resurrección es una creencia que ya existía al menos en una parte del pensamiento judío, Jesús -que adoptó para si el título de Mesías de Israel- simplemente habría cumplido lo que ya la teología judía había entendido: que el verdadero Mesías había de resucitar tras su muerte al tercer día. Y punto. No caben deducciones de cualquier otra índole porque, como en tantos otros temas relacionados con las creencias cristianas, estamos hablando de fe, y la fe no siempre encuentra sustento en la ciencia, ni la ciencia tiene herramientas para penetrar los inescrutables recovecos de la fe.
Que los judíos reabran ahora el viejo debate de que Jesús no fue nada más que un profeta pero no el Mesías ni el hijo de Dios, no resulta nada novedoso, por lo que los fundamentos de la fe cristiana siguen en su lugar. Y todo esto sin tener que esperar a ver qué nuevas aportaciones pueden hacer los científicos en torno a la tabla conocida como “La visión de Gabriel” que, como tantos otros descubrimientos, puede tener y tiene un enorme interés científico, pero que ni confirman ni rebaten unas creencias que, más que en demostraciones científicas, se fundamentan en percepciones espirituales soportadas por la aceptación de la Biblia por parte de los cristianos como Palabra de Dios, de la que los judíos son sus primeros destinatarios.
Aparte de que resulta muy arriesgado sacar conclusiones de una línea escrita en una tabla vieja y deteriorada, los fundamentos de la fe no pueden estar sometidos a los vaivenes de ciertos descubrimientos y determinadas deducciones que sobre ellos se extraigan, descubrimientos por otra parte siempre provisionales y sujetos a un mayor rigor de análisis. Y esta afirmación es aplicable tanto a los que “reafirman” o “confirman” determinadas creencias cristianas, como a aquellos otros que parecen introducir elementos de duda o confrontación.
Julio de 2008.
*El autor es sociólogo y teólogo.
www.yeshuahamashiaj.org
www.elevangeliodelreino.org