MI HISTORIA con los Testigos de Jehová comienza cuando estaba en trámites legales de mi separación matrimonial por embriaguez y malos tratos por parte de mi marido. Me cogieron por tanto en una época bastante baja de moral, una de las peores épocas de mi vida.´
Fue por este motivo que les abrí las puertas de mi casa, de mi corazón: porque me encontraba tan mal que hablar de Dios me reconfortaba, y ellos que están especialmente entrenados para este tipo de situaciones, supieron entrar en mi vulnerabilidad, meterse en mi problema y trastocar toda mi vida, constituyendo el tiempo que pasé con ellos una huella imborrable en mi carácter, en mi relación con familiares y amigos, en mi profesión; unos verdaderos tentáculos que se apoderaron de mi, de mi estado depresivo para captarme y desmoronarme más de lo que estaba, haciéndome un ser nulo en la sociedad y ante mí misma.
Al principio fue muy bien: esas amplias sonrisas de cuando entras en El Salón del Reino, esos besos de hermanas dándote la bienvenida, esos estrechamientos de manos de hermanos que te miran como a una hija, como a una futura hermana… es lo que reconforta a todas las que como yo (que me consta han sido muchas) llegamos llenas de carencias emocionales. Llegas a creer que son gentes especiales.
Llegué a ser una testigo de Jehová ejemplar: precursora todo el año. No vivía más que para predicar y para condenar a todos los que no estuvieran cumpliendo con los preceptos bíblicos. Tuve que dejar a mis amigos de antes porque según los ancianos eran todos mundanos y podrían ser mi perdición. Perdí amigos de años, verdaderos compañeros de trabajo, vecinos incondicionales, e incluso amigos de la infancia, de mi barrio. Eran simplemente personas normales, algunos hasta idealistas metidos en organizaciones de solidaridad con países del tercer mundo…; quiero decir que eran padres y madres de familia como yo, trabajadores y honrados; pero había que dejarlos porque no pertenecían a la congregación, y no estaba bien visto que una testigo de Jehová se juntara con gente del mundo. Cambié a todas estas personas, las saqué de mi vida y las sustituí por mi nueva familia: Los testigos cristianos de Jehová. Mi nueva familia era ahora lo primero, y según me decían: “por quien tendría que estar dispuesta a dar la vida en situaciones difíciles”.Mis padres y hermanos también eran considerados agentes de Satanás porque eran de otra religión y no estaban dispuestos a cambiarla por la mía. Les hice mucho sufrir, mis padres especialmente se sintieron muy ofendidos y abandonados debido a mi comportamiento fanático como testigo de Jehová. Mi única familia de sangre eran mis tres hijas pequeñitas, pero eso sí, mientras eran pequeñitas, ya que si de mayores no elegían bautizarse como testigos, pues tampoco serian mi familia; tendría entonces que tratarlas con mano dura para que se sintieran solas y volvieran al redil. Por lo tanto, a mis hijas también las metí en la secta, por el miedo que me daba el hecho de que llegara la destrucción de Dios y ellas tres no se salvaran. Esta idea que ellos sembraron en mí caló muy hondo, así que comencé a llevarlas a predicar, a darles estudios bíblicos y a que aguantaran interminables reuniones semanales sentadas en una silla y sin moverse. Comprobé que era más la angustia lo que movía a que aprendieran y aceptaran la Biblia, la angustia de que no fueran destruidas, y no la libertad de enseñanza, no el darles la oportunidad de que aprendieran para que ellas de mayores eligieran el lugar, las ideas que las harían felices.
En el Salón del Reino todos los niños pequeños deben estar sin hacer el mínimo ruido, el niño que habla fuerte o se porta mal lo llevan a un cuartito y los propios padres les pegan o los castigan duramente. Más tarde me enteré de que había críos mayores que se orinaban por las noches en la cama y padecían depresiones infantiles, no es de extrañar esta respuesta del cuerpo y de la mente de los niños cuando desde pequeñitos se les viste como a viejos: corbatas, chaquetas… y además se les exige un comportamiento que no es propio de su edad.A veces los ancianos me llamaban la atención porque mis dos hijas mayores se quedaban dormidas durante el estudio de la Atalaya, me decían que tenía que hacerlas interesarse por las reuniones. Muchas fueron las riñas que tuve con ellas por este motivo, llegando incluso a darles en la cabeza cada vez que se les cerraban los ojos. Esto más tarde vi que lo hacían también los nuevos que llegaban con sus hijos. El Salón del Reino es tan sagrado que hasta los niños han de comportarse como auténticos mayores, siendo alabados los padres de los niños que así se comportan. Normalmente son niños a los que se les roba lo mejor de la infancia, y que de mayores aguantan dentro de la congregación por no disgustar a sus padres; y otra gran parte acaba marchándose pero llenos de culpas y de pesos impuestos.En medio de todo esto, mi marido, que ya no vivía con nosotras pero que buscaba todas las oportunidades para hacerse notar y hacernos la vida imposible (pues había llegado la sentencia del juez dándome a mí la custodia de las niñas, obligándole a él a pagar una multa y a pasar una pensión alimenticia a mis hijas); no se le ocurre otra cosa que ir a la congregación y pedir un estudio bíblico. Un testigo comienza a ir regularmente a su casa, a pesar de mis advertencias de que este hombre lo que pretende es hacerme daño. Bajo la excusa de que a nadie se le puede negar la enseñanza de la Biblia, y de que Dios puede estar moviendo las cosas para que él cambie y volvamos a vivir juntos, el padre de mis hijas comienza a estudiar, ¡con el tiempo comienza a predicar de casa en casa y no se pierde una reunión! Se hace el mártir de la situación, va contando a todos cuánto me quiere, cuánto me echa de menos. Las hijas se ven en una situación confusa, humillante. Ya las recoge él mismo de casa para llevarlas a predicar, para ayudarlas en sus estudios de La Atalaya, para llevarlas a la Asamblea porque él tiene coche y yo no. Dice a todos estar arrepentido de la mala vida que me dio, que me quiere, que quiere volver con sus hijas. La situación se hace tan atípica, que los ancianos y siervos ministeriales no entienden cómo una cristiana como yo ¿no puede perdonar a un hombre tan arrepentido… qué ni siquiera ha cometido adulterio? Se empiezan a crear murmullos en la congregación. Me designan dos hermanas maduras y mayores -casi abuelas- para que me aconsejen y guíen en el tema, dicen que yo soy muy joven, muy inexperta. Estas mujeres están prácticamente todo el día metidas en mi casa, contándome historias, “instruyéndome en la vida familiar”, en cómo debo hacer las cosas, en cómo debo perdonar y reconstruir…, sí no, Dios eliminará hasta a mis hijas de la faz de la tierra por el pecado de que su madre no perdonó a su padre… que ni siquiera había mantenido relaciones sexuales con otra mujer.
Hay que aclarar que los testigos sólo admiten como motivo de separación el que uno de los dos haya mantenido relaciones fuera del matrimonio, de lo contrario, aunque tu marido te mate has de aguantarlo toda la vida, ¡y un marido puede matar a una mujer de muchas formas!, no tiene por qué ser tan sólo físicamente. Las que hayan pasado por esto, son las únicas mujeres que lo comprenderán. Esta situación duró muchos meses, creí que me volvería loca, pues ya comenzaba a notar síntomas de debilitamiento mental. Tuve que darme de baja laboralmente. Comencé a resquebrajarme cuando vi que hombres y mujeres de la congregación estaban todos de parte del padre de mis hijas, éste venia a veces a casa llorando y acompañado de los ancianos que me decían cuanto sufría este hombre, este buen hombre por un corazón tan duro como el mío. Me sacaban alrededor de veinte textos bíblicos cada vez, para demostrarme lo mala cristiana que estaba siendo. Me dijeron que yo no era apta para el paraíso si no perdonaba a mi ex-marido. En unos de esos momentos endebles acepté que volviera a casa. Quería darle la oportunidad de que nos salváramos todos en familia, hacer una prueba de convivencia, pero puse una condición: él por lo pronto dormiría en una habitación y yo en otra. Esto no le pareció muy bien, pero los ancianos le insistieron en que aprovechara esta oportunidad, que yo necesitaba tiempo para adaptarme a la nueva situación. Además yo le estaba negando la posibilidad de vivir para siempre en el paraíso porque él había renunciado a bautizarse si yo no lo acogía de nuevo.
Bien, él se bautizó y se hizo precursor, pero siguió maltratándome física y verbalmente e intentando forzarme todas las noches a que durmiera con él. Hice saber esto a los ancianos y me respondieron que es muy duro para un hombre vivir sin relaciones sexuales, que esos impulsos eran naturales, que yo debería de comprender la naturaleza masculina, etc, etc. Mientras tanto ellos le animarían dándoles privilegios en la congregación para que se sintiera más integrado y ocupado.
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Así, mientras mi marido me humillaba y me maltrataba y los ancianos eran conocedores de esta situación, él daba asignaciones en la plataforma, mientras se emborrachaba y se gastaba el dinero, mientras yo trabajaba y él holgazaneaba; dejaron que siguiera de precursor. Como yo no paraba de denunciar delante de los ancianos su comportamiento, comenzaron a recriminarme a mí por no ser una esposa sumisa, ¡y lo hicieron siervo ministerial! La doble personalidad de mi ex-marido estaba dando sus frutos. En este tiempo que pude ver las cosas con más realismo y no con tanto romanticismo como cuando entré, comencé a observar las relaciones de los testigos: las mujeres son nulas. Estaban idiotizadas, sumergidas ycontentas en unos papeles de sumisión que a veces rallaba el ridículo, eran incapaces de vivir por ellas mismas: o estaban sujetas a los padres o al marido. Sin embargo era un papel bastante cómodo, ya que en el hombre descansaba toda la responsabilidad y las consecuencias de las grandes decisiones.
Existían cantidad de solteras deseosas de que llegaran las Asambleas -a las que acudían estrenando vestidos, peluquería y complementos-, porque allí radicaba la única esperanza de cazar marido; ya que no les está permitido casarse con nadie de fuera y había tanta mujer en edad casamentera y tan poco hombre libre, que esto se llegó a constituir en un verdadero problema. He visto muchachas jovencísimas casándose con el único soltero de la congregación y después de no más de unos meses de relación, (por temor a caer en la tentación de cometer actos impuros); concepto con el que ellos califican el darse un beso o acariciarse cuando dos personas se quieren, pero no tienen firmado ningún contrato ante un juez.
He visto también a madres quitando de estudiar a sus hijas para librarlas del contacto con mundanos, hijas llorando porque quieren hacer una carrera o una diplomatura y no meterse en casa a limpiar y hacer comidas. Lo más que se les permite a las más rebeldes es hacer algo de puericultura, peluquería o estetisien; algo que las mantenga ocupadas hasta que llegue el hombre que les meta en casa para toda la vida y las carguen de hijos. A los hijos varones se les quita de la cabeza la idea de hacer carrera, pero estos como están destinados a mantener a sus mujeres e hijos pues siempre se les anima a hacer alguna formación profesional: electricista, mecánico, etc.
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Normalmente todos son arrancados del colegio al terminar la primaria, aunque he visto profesores personarse en casa de padres testigos de Jehová para rogarles que dejen a sus hijos seguir estudiando porque pueden sacar provecho de cualquier vocación universitaria, y todo lo que han recibido como respuestas son esas sonrisas “sabias” que le hacen saber que es un agente de Satanás que viene a perder a sus hijos. Las niñas especialmente son tronchadas de cualquier opción profesional para ponerlas a dar vueltas por las calles predicando la Biblia, ya que como queda tan poco tiempo para el fin, les hacen saber que esto de predicar gratis es un privilegio para ellas, algo que no se repetirá jamás en la historia. Así han desperdiciado muchas desgraciadas su juventud. Si alguna joven a pesar de todo sigue estudiando, ésta está mal vista por toda la congregación, que la considera más interesada en las cuestiones materiales que en las espirituales. Esto hace que a lo largo de los años se haya creado una masa de mujeres bastante analfabetas, que solo son eruditas en la biblia, pero que no están al día de nada de lo que ocurre a su alrededor, están ancladas, sumisas, estáticas…, porque todo lo que no sea de la Biblia procede de Satanás. Llegan a ser personas embrutecidas, con un solo punto de vista de las cosas y las situaciones. Vi también los chismorreos y rencillas subterráneas que se tenían los hermanos, las rivalidades entre las familias, familias con hijos que habían criado en su verdad, pero que éstos no la tenían en el corazón y aguantaban por sus padres y por el miedo de no ser destruidos como en los días de Noé. Vi también mujeres deprimidas porque sus maridos estaban opuestos a los testigos de Jehová y su vida familiar se había roto. Vi también hijos traumatizados en familias separadas a causa de la religión, de ver a su madre fanatizada y al padre opuesto, amargado y solo. Vi también a ancianos que tenían a sus hermanos favoritos, esos que siempre contestan en los comentarios de la Atalaya, a los que se les da las mejores asignaciones, los ejemplos de virtudes en la congregación. Vi también a testigos de Jehová empresarios tener empleados a hermanos sin oficio ni beneficio, parados de la sociedad, pero casados y con hijos pagándoles una miseria de sueldo mientras ellos se hacían cada vez más pudientes.Fueron seis años, y sería muy largo de contar aquí lo que se esconde detrás de esos primeros días que llegas al salón y te ves inmersa en esa acogida de besos, apretones de manos y bienvenidas con sonrisas de anuncios. En este tiempo ya me debatía en la tensión de abandonarlo todo, incluso a mi marido, o entrar en tratamiento psicológico. Fue entonces cuando los ancianos intensificaron la ayuda y me enviaron dos hermanas más. Eran en total cuatro las mujeres que se turnaban en mi casa; pasé a estar acompañada todo el día, se metieron en mi vida íntima y personal sin permiso mío, muy sutilmente. Me daban consejos a cada momento sin yo pedírselo. Hasta que al final me dijeron claramente y sin más rodeo lo que tenía que hacer para conseguir que mi marido cambiara! Sobornarlo sexualmente. Tenía que descubrir sus fantasías sexuales, todos aquellos juegos eróticos que a él más le gustase practicarlo todos los días a las horas que pudiera. Se ofrecieron incluso a quedarse con las niñas para que yo estuviera más libre y serena, más concentrada y pudiera hacerlo todo bien. A la vez debería dejarme hacer por él todo lo que su libido le propusiera. La idea era tenerlo contento sexualmente…, me aseguraron que ellas como mujeres sabias, era éste el secreto que practicaban y a todas les iba la vida muy bien. Me aseguraron que después de pasar esos momentos fingiendo y a veces hasta con asco, tenían conseguido a los maridos para todo lo que ellas quisieran durante el resto del día.
Tantos meses, tantas visitas, tantos rodeos… yo era demasiado torpe para captar lo que me estaban proponiendo, tuvieron, tuvieron que hacerlo abiertamente, con todas sus letras y palabras. Yo era ingenua, muy joven… y como decían los ancianos muy inexperta en el matrimonio. No lo dudé un minuto: opté por el tratamiento sicológico. La sola idea de ser una especie de prostituta legal me sobrecogía el corazón. Me fui al Centro de la Mujer de la Consejería de Asuntos Sociales. Allí me trataron muy bien, con mucho cariño y atención. Me designaron una sicóloga que se puso las manos en la cabeza cuando le conté mi historia, y lejos de atiborrarme de consejos o de fármacos, inició conmigo una terapia de autoestima que fue ayudando a valorarme no solo como persona, sino también como mujer. Comencé a ir menos a las reuniones de la congregación, tenía claro que no queria ser como las hermanas sabias, como los ejemplos vivientes de la congregación. Ahora que sabía por qué les iba tan bien la vida y sus respectivos matrimonios las veía como hipócritas y no soportaba su compañía. Después de saber de sus estrategias para mantener unos matrimonios agonizantes y a veces hasta muertos pero felices de cara a la galería, no soportaba su presencia ni tanta apariencia, lo veía todo como una gran mentira. Cuando conté todo esto a los ancianos esperando que para ellos fuera motivo más que suficiente para hacer una reflexión dentro de la congregación y una llamada de atención, simplemente se sonrieron entre ellos. Me sentí ridícula, humillada. Ellos eran precisamente quienes las habían enviado, pensando que estas cosas entre mujeres se hablan mejor, ellos las habían enviado para que me amaestraran en estas artes femeninas. Les comuniqué entonces mi decisión de abandonar la congregación y ellos antes de aceptarla prefirieron esperar la visita del superintendente que estaba por llegar. Mi decisión estaba tomada, pero por educación volví a aceptar a otro nuevo superintendente. Era la quinta vez que tenía visitas de este tipo en casa debido a que mi problema según ellos era muy difícil de sobrellevar para unos ancianos que nunca se habían encontrado con algo así. A los pocos días me citaron en el Salón del Reino. Asistían a la reunión: dos ancianos, dos siervos ministeriales y el superintendente de zona. Cinco hombres delante mía interrogándome “amorosamente” y con todo “tacto” sobre mi vida sexual. Me hicieron saber que quizás yo tendría alguna desviación, que no era de buena cristiana no dar al débito conyugal cuando el marido lo requería, etc. Me hablaron de la condena a muerte en la que estaba metida por no perdonar a un hombre que no había cometido adulterio aún, pero que si lo cometía, era yo la culpable por inducirlo a ello, por no dejarle tener relaciones sexuales conmigo, etc, etc. Llegado un momento no sé cuándo de esta reunión en que ya no aguanté más, me levanté y alzando la voz le dije al superintendente que yo tenía mi propia dignidad, que no podía fingir con un hombre al que no amaba ni me amaba, que consideraba mi postura más justa y legal que la de mantener una situación hipócrita, que el cariño, el amor, no se puede forzar, obligar; que el mío estaba roto porque mi ex-marido lo había hecho pedazos con su falta de tacto y sus maltratos. Que una cosa era perdonar y otra fingir amor y dejarse ultrajar. Y que estaba segura de que si Dios me amaba no me podía pedir semejante monstruosidad para salvarme. Que si yo accedía a lo que ellos querían estaba segura de que perdería la razón, de que me volvería loca. El hermano superintendente se levantó algo ofuscado, estaba poco acostumbrado a que una mujer le levantara la voz, más bien pensó que me echaría a llorar en su presencia por lo excesivamente cargada de problemas que estaba y por la riña que me estaba echando. Entonces, alzando él la voz por encima de la mía, dijo textualmente: “¿Y qué?, ¿qué pasa si te vuelves loca?: simplemente te internaremos en un psiquiátrico, pero Dios te salvará de la destrucción eterna el día del Armagedón. De esta forma, (sin mantener relaciones sexuales), te quedarás cuerda, seguirás tu vida, pero Dios te destruirá a ti y a tus hijas el día del Armagedón”. Fueron las últimas palabras que escuché por boca de un Testigo de Jehová. Tuve una recaída de crisis nerviosa a cuenta de esta contundente reunión, pero cuando creía que todo mejoraría dejando la congregación, todo empeoró, vinieron entonces los desprecios. Contaba con que me saliera, con que me quedaría sola, con que me darían todos la espalda, pero no contaba, no tenía ni idea de que además seria despreciada con tanto descaro y premeditación, tanto yo como mis hijas.
Cuando dejas de ser testigo, todos aquellos que se confesaban tus incondicionales hermanos, dispuestos a dar la vida por ti, dejan de hablarte, de mirarte; no importa cómo estés en esos momentos, tampoco lo que necesites. Te tratan como a una verdadera apestada. Incluso si alguien descubre que tiene algo en su casa que es tuyo, te lo deja a la puerta de tu casa sin ni siquiera tocar el timbre. Los hijos pequeños que eran hermanitos de mis hijas, empezaron a llamarlas satánicas, han llegado a escupir por el sitio donde mis hijas han pasado, les han negado apuntes y libros de clase, las han despreciado tanto en el colegio, que la directora tuvo que llamar a los padres testigos para pedir explicaciones por este comportamiento tan discriminatorio e inhumano, tan fanático en suma. A raíz de todo esto, mi hija mayor estuvo en tratamiento sicológico y ha desarrollado una desconfianza hacia todas las personas que tiene problemas de relación. Mi hija mediana sufrió durante mucho tiempo pesadillas nocturnas porque Dios la iba a destruir abriendo la tierra y enterrándola viva, (palabras textuales de sus antiguas amigas testigos). La pequeña era demasiado chica cuando todo esto pasó, pero siempre me recrimina que maté la infancia de sus hermanas. No quiere ni oír hablar de Dios y sus castigos; de ese Dios justiciero de los testigos que tanto daño nos ha hecho a todas.
Sigo creyendo en Dios. De hecho le pedí ayuda, y gracias a El he podido salir adelante. Pero he visto que Dios no mora en ninguna organización. Que verdaderamente es un Dios de AMOR y nadie debería de constituirse en intermediario suyo, en el intérprete de su palabra; porque todos estamos llenos de miserias y éstas las echamos sobre los demás cuando intentamos hacer algo tan complicado como interpretar y hacer cumplir las Escrituras. Animo a todo el mundo que lea esta historia a que busque y viva su propia verdad con corazón humilde y sincero, puedo asegurarles que Dios no las dejará. No hace falta que nadie pertenezca a una estructura de organización que aplasta y deja sin iniciativa y creatividad a las personas, convirtiéndonos con buenas palabras y buenas intenciones en auténticos borregos.