“Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4,4).
Por Mario A Olcese (Apologista)
Buscando el pan de cada día.
El hombre desde que fue creado tuvo que labrar la tierra para conseguir el pan de cada día para alimentarse con su familia. Ese ha sido el afán del hombre y lo seguirá siendo en los años venideros. Aunque es verdad que al principio al hombre se le hacía fácil ganarse el sustento, con su caída o rebelión ante la autoridad de Dios se le condenó a ganarse el pan con el sudor de la frente (Gén. 3,17-19: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”). Así que desde que entró el pecado al mundo, el ganarse el pan no ha sido cosa fácil, y la maldición de la tierra ha hecho aún más difícil conseguir suficiente alimento para todos. Por otro lado, el hombre no comprende que el pan por sí sólo no nutre el espíritu del hombre, ya que el espíritu humano necesita del Espíritu de Dios para ser alimentado. Siempre nuestro espíritu debe ser nutrido con Espíritu…¡el Espíritu de Dios! (Efe.3,16: “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu”).
Familias sin vitalidad por ausencia de Dios y Su Palabra.
Millones de hogares están destruidos por causa de la desnutrición espiritual. Los esposos están en conflicto permanente entre ellos, los hijos se rebelan frente a la autoridad de su padres, los hermanos se detestan, y todo esto porque han desdeñado las normas que están estipuladas en la Biblia y porque han decidido postergar su piedad para cuando envejezcan. Dios ocupa un último lugar en las metas familiares, y nunca los padres y sus hijos se reúnen para orar juntos y leer la Biblia diariamente en unidad y respeto. Dios sencillamente no tiene Su lugar preponderante en sus hogares, y sus vidas no tienen horizonte ni esperanza (Efesios 2,12: “En aquel tiempo estabais sin Cristo…y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”), y han decidido ignorarlo por completo, o simplemente ya no creen en Él. Es más que evidente que el diablo ha logrado destruir muchos núcleos familiares con la llamada “liberación femenina”, o a través de los divorcios, separaciones, conductas desordenadas o inmorales, etc. Hoy, en muchos hogares de Norteamérica especialmente, los jóvenes tienen sexo pre marital regular desde muy temprana edad, usan drogas, y beben bebidas espirituosas sin control alguno. Es cosa casi común en millones de hogares de muchos países “progresistas” y poderosos. Definitivamente no sólo se puede vivir de pan, se necesita una fuerte dosis diaria de vitaminas celestiales, que están comprimidas en las palabras o declaraciones de Dios a través de Sus profetas, y en especial, a través de su máximo mensajero, Su Hijo Jesucristo (Lucas 4,4: “Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios”). La Palabra de Dios como alimento Jesús dijo que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. La Palabra de Dios es Espíritu de Dios, es Su Espíritu hecho palabra que alimenta el yo interior o el espíritu del hombre (Juan 6,63: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” ). Sin este alimento espiritual nuestro espíritu se debilita y termina por morir. Hay gente que está viva físicamente, pero que en lo espiritual está totalmente muerta. Es por eso que muchos hoy están en la búsqueda de la felicidad duradera, y erradamente creen encontrarla en las cosas materiales: en la glotonería, en la lujuria, en el vino, y en las cosas que deslumbran la vista, como son las mansiones, joyas, yates, pieles, autos, trajes, y cosas como éstas. Sin embargo, son aquellos individuos que más tienen los que muchas veces son los más infelices, porque a más riqueza material, más pobreza espiritual, pues son esclavos de las cosas temporales y no le dan tiempo a las cosas de Dios. Estos definitivamente están enredados en los negocios de esta vida que ya no tienen tiempo para pensar ni en Dios ni en Su Palabra. Pero la Palabra de Dios es viva y eficaz, y tiene poder para vivificar y hacer a un hombre dichoso. El que tiene la Palabra de Dios y hace suyas las promesas en ella contenidas, vive realmente feliz, porque sabe que su vida no termina en este mundo y ya no se desespera por vivir intensamente, sino que vive construyendo su dichosa eternidad sirviendo a Jesucristo hoy (Fil. 2,12: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”).
Jesucristo es el pan o la palabra de vida.
Dios el Padre, mandó a Su Hijo Jesucristo como Su Palabra y Vocero para la humanidad trayendo el evangelio salvador. El vino a darnos a conocer a Su Padre y revelarnos Su Voluntad para con nosotros. Jesucristo nació como un hombre como nosotros para darnos vida y vida en abundancia. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no lo tiene le espera la condenación. “Tú—dijo Pedro—tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68). Ningún hombre jamás habló como él, y su doctrina era la doctrina de Dios. Definitivamente no hay otro nombre dado a los hombres por el cual podemos ser salvos. Sin Jesucristo el mundo aún estaría en tinieblas espirituales, pero él se presentó en el mundo para libertar a los que estaban en las tinieblas satánicas, es decir, a los oprimidos por el diablo. Muchos hombres que antes vivían amargados y tristes encontraron en Cristo la verdadera felicidad. El mismo Pablo, antes de su conversión, era un hombre duro y lleno de odio hacia Cristo y los cristianos, pero una vez que tuvo su encuentro personal con el Jesucristo glorificado en el camino a Damasco, las vendas le fueron quitadas de sus ojos y por fin pudo ver la luz de la verdad. El pudo entonces decir, “para mí el vivir es Cristo y el morir ganancia” (Fil. 1,21). ¿Cuántos pueden decir lo mismo que dijo Pablo? Pero muchos creen todavía que seguir a Cristo es una pérdida de tiempo que se traduce en pobreza material, sufrimiento físico, y rechazo del mundo. Y aunque fuera cierto esto, lo real es que los cristianos del primer siglo sufrían y morían con gozo por Su Señor porque sabían que después de esta vida serían recompensados en la resurrección de los justos para heredar el Reino de Dios. Usted, amigo, puede “revivir” en y con Cristo si lo acepta por fe sincera, convencido que apartado de él nada puede hacer y nada de gozo genuino podrá sentir, y menos, de manera permanente (Juan 15,5-11: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. 6 El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. 7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. 8 En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. 9 Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”.)