Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
La verdadera interpretación de Ap. 20:4-6., surge del método hermenéutico-histórico-gramatical que da luz a su mensaje que es absolutamente literal. Este método especifica con claridad que Jesucristo reinará por un Milenio en la Tierra. Los amilenaristas dicen que el Reino Milenial está ya en la era presente. Con esto, se ven forzados a alegorizar que los Mil años son un tiempo indefinible y que Satanás se encuentra atado ya en el Abismo (Ap.20:1-2). Los amilenaristas usan dos sistemas para interpretación para apoyar su doctrina. Todas las profecías las interpretan de manera alegórica, y lo que no es profético, de forma literal. Una verdeara confusión. El contexto real de Ap.20:4-6 muestra con entendimiento que Cristo gobernará la Tierra con sus santos por un período de Mil años. Esto acontecerá cuando venga en gloria y en poder por segunda vez al mundo, al terminar inmediatamente la Gran Tribulación Escatológica (Leer por favor: Mt.24:29-30). Cuando Cristo afirme sus pies en el Monte de los Olivos en su descenso del cielo se sentará en su trono de Gloria (Zac.14:4; Mt.25:31) para juzgar las naciones todas cuando sean reunidas delante de él con el fin de apartar los impíos a la izquierda que serán condenados. En cambio, lo fieles suyos serán puestos a la derecha para recibir la heredad del Reino Terrenal en el tiempo ya dicho (Mt.25:32-46). Antes de dar principio el gobierno de Cristo en el mundo, el diablo será aprisionado en el Abismo para que no siga embaucando más a las naciones del la Tierra regenerada (Ap.20:1-3). Una hermenéutica correcta sugiere que los suceso antes descritos van ligados fuertemente con Ap. 20: 4-6. Es lógico que si el Señor viene por segunda vez a la Tierra a sentarse en su trono de gloria será para reinar, cosa que sucederá después de haber juzgado a todas las naciones del mundo. Los Mil años que se mencionan en los textos, no pueden ser de un período indefinido alegorizado, de otra manera, no cabría decir que los Mil concluirán (Ap. 20:7). El apóstol Pablo escribe que Cristo entregará el Reino al Padre cuando haya suprimido todo dominio, autoridad y potencia (1 Co.15:24). Cuando los Mil años terminen, Satanás será suelto de su prisión en el fondo del Abismo. Los amilenaristas sostienen que Satanás se encuentra en estos instantes en el Abismo encarcelado, de acuerdo a una mala interpretación de Ap.20:1-2. La Biblia dice que Satanás es el príncipe de este mundo (Jn.14:30), el dios de este siglo (2 Co.4:4), entonces no puede ser que esté ahora en ese oscuro lugar encadenado. Vimos ya, que antes de iniciar el Milenio Terrenal de Cristo, Satanás será atado en el Pozo del Abismo. Él está activo en este mundo hoy por hoy, muy entretenido en su gran obra de maldad y perversidad (Ver: Hch.5:3; 1 Co.7:5; 2 Co. 4:3, 4; 12:7; 1 Ts. 2:18; 1 P.5:8). Si el diablo está atado hoy en el Abismo, ¿cómo es posible que siga engañando a las personas del mundo? La doctrina amilenarista ha conciliado un gran error al respecto. Satanás será suelto de su prisión después de que acaben los Mil años del Reinado Terrenal de Cristo para que engañe a las naciones de la Tierra. Dios habrá de probar sus elegidos que gozaron del Reino Milenario, y muchos no darán el ancho cuando Satanás sea suelto para engañarlos (Ap.20:8). Caerán en sus redes y serán destruidos súbitamente por fuego de Dios que descenderá del cielo (Ap.20:9). Solamente los dignos que soporten la prueba del engaño pasarán al Reino Eterno (Ap. 21); ese es el propósito de que Satanás sea desencadenado de su prisión en aquel futuro tiempo.
Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos siempre creyeron en un Reinado Milenario literal de grandes bendiciones terrenales y espirituales. Para confirmarlo, presentamos algunas pruebas que son por demás contundentes, escritas y dadas por el gran defensor de la fe: Ireneo de Lyón:
IRENEO DE LYÓN, EN SU LIBRO «CONTRA HEREJÍAS»:
32,2. De esta manera se mantiene fiel la promesa de Dios a Abraham: «Levanta los ojos y mira, desde donde estás, al norte y al sur, al oriente y al occidente: a ti y a tu descendencia daré para siempre toda la tierra que ves» (Gén 13,14-15). [1211] Y también: «Levántate y recorre en toda su longitud y anchura la tierra que te daré» (Gén 13,17). Sin embargo, Abraham no recibió en herencia ni siquiera un pie de aquella tierra (Hech 7,5), sino que siempre fue extranjero y peregrino (Gén 23,4). Y cuando Sara su esposa murió, no quiso recibir gratuitamente el terreno para sepultarla, aunque los heteos se lo ofrecían, sino que por 400 denarios compró de Efrón hijo de Seor el eteo, el lugar para la tumba (Gén 23,2-20). Lo hizo por fidelidad a la promesa divina, pues no quiso recibir de los hombres lo que Dios le había prometido cuando le dijo: «A tu descendencia daré esta tierra, desde Egipto hasta el gran río Eufrates» (Gén 15,18). Mas si no recibió durante su vida la prometida herencia de la tierra, es preciso que la reciba en su descendencia, o sea en aquel que cree en el Señor y lo teme, cuando los justos resuciten.Su descendencia es la Iglesia, que ha recibido del Señor la filiación adoptiva de su padre Abraham, como Juan el Bautista predicó: «Poderoso es Dios para hacer de las piedras hijos de Abraham» (Mt 3,9; Lc 3,8). Y el Apóstol dice en la Carta a los Gálatas: «Vosotros, hermanos, sois hijos según la promesa a Isaac» (Gál 4,28). En la misma epístola escribe que, quienes han creído en Cristo, reciben la promesa de Abraham: «Las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. No dice: A sus descendencias, como si se tratara de muchos, sino de uno: A tu descendencia, o sea Cristo» (Gál 3,16). Y, confirmando lo que ha escrito, añade: «Abraham creyó y le fue reputado a justicia. Sabéis que quienes han nacido de la fe son hijos de Abraham. La Escritura, conociendo de antemano que Dios justifica a los gentiles por la fe, anunció a Abraham que todas las naciones serían en él benditas. Por este motivo, los fieles son bendecidos junto con Abraham el creyente» (Gál 3,6-9). Así pues, los fieles son bendecidos con Abraham el creyente, y por ello son hijos de Abraham. Dios prometió la herencia de la tierra a Abraham y a su descendencia. Y ni Abraham ni su descendencia, es decir los justificados ahora por la fe, poseen ya la herencia: la recibirán en la resurrección de los justos. Dios es fiel y no miente. Por ello el Señor proclamó: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,4).[1213] 33,3. También se cumple la bendición con la que Isaac bendijo a Jacob, su hijo menor: «El olor de mi hijo es como el olor de un campo que el Señor bendijo» (Gén 27,27). El campo es el mundo (Mt 13,38). Por eso añadió: «El Señor te dé el rocío del cielo y mucho trigo y vino de la tierra fértil. Que las naciones te sirvan y los príncipes te adoren, y sé para tu hermano un señor, y te veneren los hijos de tu padre. Sea maldito quien te maldiga y bendito quien te bendiga» (Gén 27,28-29). Si lo anterior no se refiere al tiempo del Reino del que acabamos de hablar, caerá en grande contradicción y absurdo, como cayeron los judíos y siguen atrapados en dificultades. Pues no sólo las naciones no sirvieron a Jacob en esta vida, sino que, aun después de la bendición, él siguió sirviendo a su tío Labán el Sirio durante veinte años (Gén 28-31). Y no sólo no fue señor de su hermano, sino que, cuando regresó de Mesopotamia a la casa paterna, se postró ante Esaú y le ofreció muchos dones (Gén 32-33). ¿Cómo pudo recibir en herencia abundancia de trigo y de vino, si por la terrible hambruna de la tierra en que vivía, tuvo que emigrar a Egipto y someterse al faraón que en ese momento gobernaba el país? Por consiguiente, dicha bendición sin duda alguna tiene cumplimiento en el tiempo del Reino, cuando reinarán los justos que resucitarán de entre los muertos, el día en que toda la creación renovada y liberada producirá todo tipo de manjares, el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra.
Esto es lo que recuerdan haber oído de Juan, el discípulo de Jesús, los presbíteros que lo conocieron, acerca de cómo el Señor les había instruido sobre aquellos tiempos: «Llegarán días en los cuales cada viña tendrá diez mil cepas, cada cepa diez mil ramas, cada rama diez mil racimos, cada racimo diez mil uvas, y cada uva exprimida producirá 25 medidas de vino. Y cuando uno de los santos corte un racimo, otro racimo le gritará: ¡Yo soy mejor racimo, cómeme y bendice por mí al Señor! De igual modo un grano de trigo [1214] producirá diez mil espigas, cada espiga a su vez diez mil granos y cada grano cinco libras de harina pura. Lo mismo sucederá con cada fruto, hierba y semilla, guardando cada uno la misma proporción. Y todos los animales que coman los alimentos de esta tierra, se harán mansos y vivirán en paz entre sí, enteramente sujetos al hombre».
Dios les bendiga siempre a todos los que nos visitan.